Derian Passaglia reflexiona sobre contenidos de Youtube.
La noticia de la historia de la china es de 2013. Elisa Lam se llamaba, recién lo busqué. Primero puse en el buscador “historia de la china Chelsea”, y me aparecían noticias del club de fútbol; después puse “suicidio Chelsea 2013” y me apareció una tal Chelsea Manning, una activista transexual, ex militar yanqui, que filtró documentos clasificados sobre el gobierno y la condenaron a 35 años de cárcel. La historia de la china no tiene nada que ver con todo esto. Apareció muerta en el tanque de agua del Hotel Chelsea, en Nueva York, que siempre tuvo mala fama por suicidios y asesinatos que hubo en muchas de sus habitaciones. El video de Elisa Lam está en Youtube.
Es un video de seguridad, la cámara está puesta en una esquina del ascensor. Las puertas se abren, entra Elisa Lam, se agacha y aprieta el botón del piso al que va a ir. Se queda en un rincón. El tiempo pasa, la cámara graba y se ve cómo Elisa Lam saca la cabeza afuera, mirando de un lado a otro del pasillo, como si esperara encontrarse con algo. Después vuelve al ascensor. El tiempo pasa de nuevo, Elisa Lam se queda en un rincón. Las puertas no se cierran. Entonces Elisa sale afuera, y mueve las manos, como si hablara con alguien. Pero no hay nadie afuera. Apenas se le ve el vestido. Vuelve agarrándose la cabeza, y aprieta todos los botones del ascensor, como si quisiera arrancarlos. Elisa sale afuera de nuevo. No hay nadie en la escena por unos segundos. Las puertas del ascensor se cierran. Se abren. No hay nadie afuera. Se cierran. Se abren. Nadie. Se cierran.
¿Elisa Lam era esquizofrénica, realmente vio algo que la traumó, fue un suicidio, fue un fantasma que la obligó a suicidarse, alguien la mató? No se sabe. Por esa época, había un usuario que subía videos en blanco y negro, de no más de un minuto, que filmaba escaleras, ventiladores de techo en velocidad mínima, depósitos húmedos, termotantes, herramientas, cosas random. Había otros videos en los que caminaba por una calle de un barrio oscuro en medio de la niebla, y otros en los que iba por un campo, una zona abierta, verde y gris. La gente está mal en internet.
A mis alumnos me gusta pasarle un video de la cuenta de la Policía Federal. Hay un allanamiento en una típica casa del conurbano. Esas casas largas, con frente y fondo, con varios ambientes. Algún policía debe llevar una cámara en la cabeza. La única fuente de luz sale de ahí. Revuelven todo, gritan “policía, policía”, pasan por unos pasillos, abren la puerta de un sótano y encuentran ratas muertas, piel, calaveras humanas, velas, estampitas de santos, rosarios. Un búnker de macumba.
En el monoambiente que vivía, por esa época, el aire y luz era un cuadrado en donde no pasaba ni el aire ni la luz, y se escuchaban las voces de los vecinos, y hasta se podía imaginar quién vivía en cada casa. Pero nunca me imaginé la cara de la vieja de la planta baja que lloraba en silencio por las noches como realmente era: rubia teñida y con bastón, cara larga y amargada, caminaba con el cuerpo doblado. Antes de acostarme, o tirado en la cama, miraba videos: una cuenta dedicada a mostrar las zapatillas que se había comprado, unas Adidas blancas con colores chillones, durante más de diez, quince minutos. Mostraba solamente las zapatillas. De todos los ángulos, una y otra vez. Todos los modelos que tenía, los motivos, los colores. Nunca filmaba la cara.
Había otra cuenta, de un turco o de algún país así, que se sentaba en posición de loto y miraba a cámara, en silencio, sin decir nada, durante más de cuatro o cinco horas. Los videos eran todos iguales, y hacía siempre lo mismo: en posición de loto, miraba a cámara, nos miraba, te miraba. ¿Qué nos quería decir con su silencio? ¿Por que no decía nada? ¿Por qué tenía miles de reproducciones? ¿Quiénes los veíamos un ratito y sacábamos del aburrimiento, y quiénes se quedaban mirando las cinco horas seguidas?