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jueves, mayo 9, 2024

El efecto nietzsche

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«El efecto nietzsche, es un posicionamiento teórico, articulado desde el resentimiento, cuyo objetivo principal es llamar la atención desde el aplauso o, tal vez mejor, desde rechazo social, pues esto último parece más épico». Por: César Zapata

 En 1897, tres años antes de la muerte de Nietzsche[1], que por cierto ya llevaba 7 años en proceso de debacle neuronal, Leo Berg en su libro: El superhombre en la literatura moderna[2], hacía notar una curiosa, pero predecible consecuencia que puede recaer sobre ciertas personas que comienzan a leer la obra de Friedrich Nietzsche; estos lectores en nombre de una “moral de señores” o directamente del “superhombre” ejecutaban actos como escupir en público, comer con las manos o darle agua ardiente a sus hijos pequeños.

108 años más tarde, en un estudio preliminar a su notable traducción de Also Sprach Zaratustra, José Hernández[3] agrega que aún en el 2005, la lectura de N. sigue sirviendo de justificativo para avalar todo tipo de disparates, delirios, infantilismos e incluso crímenes.

120 años atrás, Thomas Theodor Heine, el artista encargado de ilustrar la portada del libro de Berg, explicó de manera magistral en su dibujo, a qué tipo de lectores, creía, que podía afectar esta especie de contagio. Se trata de un mono que enmascara su cara con el rostro de un león.

El mono y el león, ambos animales conceptuales en la obra Así Habló Zaratustra[4],  representan más o menos lo siguiente:

Comencemos con el glorioso león, él, es la escenificación de un tipo de humano que se ubica como una suerte de estado intermedio en un devenir de cambio que tiene que experimentar el espíritu de los humanos en su camino al superhombre.

El león es un proceso que se sitúa entre otras dos tipologías de seres humanos; el camello y el niño.  El humano camello en su intento por aprender todo lo que le enseña la cultura, carga con el peso del conocimiento en una de sus jorobas y la gravedad arrolladora de la moral en la otra, pues, él, obedece al gran dragón, creatura diseñada por la tradición para esclavizar a los humanos con su “yo debo”, el principio máximo de las normas morales e imperativos categóricos.

Pero el león con sus garras y su vocación guerrera logra derrotar al dragón y en su rugido se escucha el “yo quiero”, su fuerza tiene el poder de la destrucción, pero aún tiene mucho odio como para olvidar y crear, para ello tendrá que pasar una tercera metamorfosis, convertirse en niño.

El niño ya no es esclavo del “yo debo” ni de la fuerza inconducente del “yo quiero”. El niño es un constante juego y olvido, él puede crear, pues su espíritu está limpio, desprovisto totalmente de resentimiento.

Fuerza destructiva e independencia intelectual son las cualidades del felino rey, no cualquiera puede operar desde esta máscara, pues es una puesta en escena peligrosa, dado que la tradición continuamente luchará por aplastarlo. Convertirse en león es cosa seria.

Sigamos con el mono, Zaratustra, se encuentra con él cuando está ingresando por la puerta de la gran ciudad, de hecho éste le impide el paso arguyendo que la ciudad no es digna de su verbo. Se trata de un personaje al cual se le apoda el mono de Zaratustra, pues “había copiado algo del tono y del estilo de sus discursos y también le encantaba de servirse del tesoro de su sabiduría” [5] para desplegar su propio resentimiento y su afán de atención.

Pero el mono no puede danzar con Zaratustra, pues solo puede dar saltos para llamar la atención. Es una especie de estudiante entrenado para reproducir porque no quiere o no puede entender nada, sino únicamente desde el resentimiento hacia los que considera mejores que él, su imitación no es un ejercicio de aprendizaje, sino que es una máscara para maquillar el odio hacia sus semejantes que pueden luchar como el león o que pueden crear como el niño.

Su resentimiento busca desesperadamente el consuelo del aplauso o lo que es lo mismo el desprecio de los demás, pues ambas reacciones validan su pequeño plan de venganza contra los leones y los niños, por tanto llamar la atención es el objetivo de su torpe manera de moverse sin bailar.

Con estos dos, por así decirlo perfiles, tal vez podamos definir con cierta claridad aquello que arbitrariamente llamamos el efecto nietzsche, conocido por la mayoría de los estudiantes de filosofía, pues siempre hay alguien que por lo menos durante un tiempo lo sufre.

Recapitulemos, el efecto nietzsche, es un posicionamiento teórico, articulado desde el resentimiento, cuyo objetivo principal es llamar la atención desde el aplauso o, tal vez mejor, desde rechazo social, pues esto último parece más épico. Los que están bajo su influjo creen ejercer su “yo quiero” como el león, no obstante sólo es una máscara para encubrir su odioso “necesito atención”. Es importante recalcar que el efecto nietzsche, es una interpretación degradada
respecto al pensamiento del filósofo alemán o si se quiere un efecto psicológico, que poco vínculo tiene con la verdadera reflexión filosófica de este pensar.

¿Grave, no? Y quién podría decir que este efecto no le ha atacado en algún periodo de su vida, incluso sin leer a Nietzsche, pero hay que admitir que por su condición de destructor, el martillo alemán se presta como disparador de este efecto sobre sus lectores.

Referencias

[1] Este ensayo fue publicado por primera vez en la revista digital de divulgación científica: ciencias del sur https://cienciasdelsur.com/2017/12/24/efecto-nietzsche-macho-progre-feministas/  Y posteriormente con algunos arreglos en mi libro El principio de irrealidad. Ahora insisto nuevamente arreglando una serie de baches y ajustando algunos enfoques. Además de dividirlo en dos  partes, proyectando la  segunda como   una aplicación del efecto nietzsche, en la contingencia, específicamente en lo que podríamos llamar la discusión de género en Latinoamérica. La división  en el fondo solo responde a la necesidad de mandar esta segunda parte al taller de reflexión.

[2] Berg, Leo. Der Hübermensch in der modernen Literatur. París 1897.

[3] Publicada por Valdemar. Madrid 2005.

[4] De las metamorfosis del espíritu. En la primera parte de AHZ. Mientras que el “mono de Zaratustra” aparece en la tercera parte.

[5] Pág 261 de la citada traducción de Hernández de AHZ.

 

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