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miércoles, mayo 8, 2024

Horangel y los asaltantes del banco a media mañana

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No me movía de la silla, porque no me podía mover, esperando que las cámaras de Crónica llegaran al banco. Y mientras tanto mi abuela cantaba el pedacito de un tango, o hablaba sola, o cantaba… Por: Derian Passaglia

Mi abuela Mabel me despertaba para ir a la escuela con el desayuno listo y servido en la mesa del comedor. Papá y mamá trabajaban, Milton estaba ya en la escuela, y yo durante tres años me desperté a media mañana, con el fresquito único de la media mañana, porque iba a la escuela a la tarde. Mi abuela tenía prendida la tele en Crónica. En casa no mirábamos Crónica, por eso me quedaba embobado, sin hablar, frente a esas notas bizarras que parecían más reales que cualquier otra, como si no estuvieran editadas y lo que mostraran fuera la realidad tal cual se nos presenta a los ojos.

¿Qué me importaba el noticiero? Era aburrido y hablaba de una ciudad lejana, en la capital del país, y yo vivía en la zona más gris del sur de Rosario, en los lindes de la Circunvalación, ahí donde el cacareo de los gallos se confunde con el campo o la pobreza. Pero ese noticiero era hipnótico, y no necesitaba mucha escenografía, un mostrador, un periodista de saco y corbata, la ventana del edificio como fondo. Y el periodista interrumpía de repente la transmisión porque había una noticia de último momento, y aparecía entonces la placa roja en la pantalla: “Motín en la cárcel de Caseros”, “Mueren dos personas y un boliviano”, “Robo millonario en un banco” donde los ladrones exigían la presencia de las cámaras de Crónica.

No me movía de la silla, porque no me podía mover, esperando que las cámaras de Crónica llegaran al banco. Y mientras tanto mi abuela cantaba el pedacito de un tango, o hablaba sola, o cantaba: “Qué noche triste para mí…” ¿Por qué cantaba eso si no era de noche? Era de día, y era un día hermoso, la media mañana, el mejor momento del día. Y mi abuela hablaba sola mientras empanaba milanesas, o cocinaba los “bifes con humo”. ¿Estaría enferma, le pasaría algo? ¿Por qué alguien susurraría palabras sabiendo que otro lo escucha, con el riesgo a que te tomen por loco? Mi abuela hablaba sola y se contaba las cosas que tenía que hacer, quizá como un ayudamemoria, quizá como una forma de drama que no fuera un monólogo, sino una conversación consigo misma.

Entonces llegaban las cámaras de Crónica al lugar de los hechos, y parecía una de terror, porque había un chorro que tenía a un tipo, pálido y desesperado, agarrado por el cuello, mientras revoleaba un revólver o una pistola 9 milímetros, ¡qué se yo de armas! Era una de esas que nos regalaban de juguete, para un cumpleaños o una navidad, con cartuchos también de mentira y resortes que rebotaban cuando se rompía. Pero esa pistola era de verdad, y si los policías no le traían lo que pedían, los chorros iban a matar uno por uno a los rehenes, no les importaba nada, ellos ya estaban jugados, y gritaban para las cámaras:

-¡Pizza traigan! ¡Y coca y cerveza!

Querían comer nomás, el asalto les habría dado hambre… Y mi abuela siguió hablando sola, y yo no la interrumpía, porque a veces era ella misma la que interrumpía su conversación para seguirla conmigo, y preguntarme algo. Y para mí era como si dos planos de la realidad se tocaran: ella hablando consigo misma, y enseguida ella preguntándome eso mismo que se preguntaba. Qué cosa más rara era ser partícipe de esa conversación, que había empezado desde antes de su pregunta… Y después mi abuela volvía a la cocina, a seguir empanando milanesas, mientras los asaltantes robaban un banco y exigían pizzas y salir ilesos y reducción de condena, y ella cantaba: “Qué noche triste para mí…” Pero no era de noche, era la media mañana.

Y otras veces, cuando me despertaba con el desayuno en la mesa, en Crónica aparecía un señor serio en medio de la pantalla, con el fondo de un universo estrellado detrás. Era Horangel. ¡Qué ser humano más extraño! Mi abuela frenaba cualquier conversación que tuviera en el momento, y dejaba los bifes sobre la tablita de madera, con la sangre chorreando, para ver las predicciones de Horangel. Me llamaba la atención el peluquín, porque era muy evidente que ese pelo no era suyo… Ese pelo como de un roble que fue barnizado por las lluvias y los vientos de los climas más espesos. Y mi abuela escuchaba atenta, porque eso sí le interesaba, lo que decía Horangel de los signos. De tauro, como era ella, y también de virgo, como mi abuelo, mi papá, mi primo y mi prima; de géminis, como soy yo, y nadie más en la familia. Era un buen momento para los signos de tierra, porque había conjunciones, y tenían que tener cuidado los signos de aire, porque sería una época propensa a contraer enfermedades, así que a cuidar la salud. ¿Y de dónde había sacado ese nombre? ¿Ese nombre que lo hacía aparecer como una manifestación trascendental de un espíritu de otra tierra y de otros mundos, caído en la pantalla de Crónica, con el peluquín inamovible, para la felicidad de mi abuela?

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