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martes, abril 30, 2024

Las lenguas del “Mar paraguayo”

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Paranaländer se lanza a las lenguas de “Mar Paraguayo”, novela multilingual del escritor paranaense Wilson Bueno (1949-2010), en bella edición conmemorativa por los 30 años a cargo de los compadres Adalberto Müller y Douglas Diegues.

 

Jorge Kanese le inventó (ya sea para impresionar al joven editor de la revista Nicolau o por el hábito de mitificar la realidad)  a Wilson Bueno en la segunda década de los 80, durante una visita que realizó a Curitiba para dar charlas y presentar sus libros de poemas, que São Paulo para bajo, toda la zona sur de Brasil (es decir, los estados de Paraná, Santa Catarina, Rio Grande do Sul y Mato Grosso do Sul) en el pasado prehistórico fue parte (estuvo hundida bajo) de lo que se conoce como Mar Paraguayo.

La fuente literaria de este tapiz plurilingüístico que es la novela “Mar Paraguayo” es Joyce (y no Roa Bastos. Y quiero extenderme acá en qué sentido hablo de joyciano en Bueno. No el Joyce hiperintectualizado y herméticamente oscuro. Me refiero al Joyce que crea objetos multilingüísticos intraducibles. Para traducir hace falta una lengua de inicio y otra de llegada. Pero Finnegan’s Wake, (y Larva, y Folisofía, y La naranja mecánica) y Mar Paraguayo, son artefactos multilingüísticos que no se prestan por su propia esencia a ser traducidos. Incluso Agamben da un ejemplo remoto: “Las cartas a los romanos” de San Pablo, que mixtura griego con hebreo). De hecho Bueno en diciembre de 1987, cuando publica el primer  fragmento en Nicolau n° 6,  habla de “Mar Paraguayo” como de “novela em progresso”, que alude obviamente al famoso Work in Progress joyciano, o sea, el primer título provisorio de su última obra, “Finnegan’s Wake”. El monólogo interior (el flujo de conciencia) y la incorporación de otros idiomas para roer y hacer errar el discurso principal, son dos aportes del irlandés. En Bueno se trata del jopara del jopara, el pliegue del pliegue, el oguerojera del oguerojera, pues ya al primer jehe’a del español con el portugués le sobreimprime el jopara del guarani a ese portuñol básico. Brasil ya había dado pruebas de buenos lectores del Joyce multinlingual: Leminski (Catatau -1975-, en Mitamorotï, un monólogo no, cuyo título es el apodo del Mariscal López, poema inédito hasta hoy en libro, en que “usaré las 3 lenguas de los pueblos envueltos en la guerra: español de Argentina y Uruguay, portugués y guaraní. El guaraní comienza a ser engullido por los vencedores y el texto termina en portugués y español, guerra en el lenguaje”-en carta al poeta Régis Bonvicino en 1978), Guimarães Rosa, Glauber Rocha (“Riverão Sussuarana” -Editora Record 1978-, una desmitificación suculenta de Guima)…

Yo mismo, ese año vertiginoso de 1993 en que topeté con la primera edición de “Mar paraguayo” (Iluminuras-Secretaria de Estado da Cultura do Paraná, 25 de noviembre de 1992), quedé en offside. Lo hojee, di vueltas, sacudi, zarandee, pero hoy no recuerdo realmente qué impactó causó en mí, más allá de su chocante y teratológica fisonomía. Aún era anti-jopara. Aún leía autores de la French theory. Aún no había abrazado la gran tradición popular del guarani.

Douglas Diegues (uno de los organizadores junto a Adalberto Müller de esta edición crítica y conmemorativa por los 30 años de “Mar paraguayo”, Iluminuras 2022), nos cuenta que el poeta argentino Nestor Perlongher, autor del célebre prefacio titulado “Sopa paraguaya”, vió el libro en sus manos en medio del delirium postrero en el Hospital Oswaldo Cruz…Sopa monstruosa ese caldo sólido. Se dice que el cometido de Joyce al contaminar el inglés referencial con otras lenguas era destructivo, anticolonial, etc. En el caso de Bueno, a la primera simbiosis entre el español y el portugués (traviesa, dada a infinitos y fructíferos malentendidos literarios, al error expresivo, al lapsus creativo)  addenda un parchado con el guarani de Jover Peralta y el mbya leído en Clastres.

El resultado de esa operación frankensteiniana es un ñanduti colorido, op, solar, resplandeciente, alucinatorio como esos ñanduti de Laura Márquez. Ñanduti por su entramado frágil, sensitivo, siempre a punto de romperse nuevamente, aún no reglado por ninguna ortodoxia canónica. Tanto es así que el propio autor nunca volvió a incidir en tal escritura joparaizada ((Salvo en la póstuma “Novêlas Marafas” del 2018 donde aún aparece el cruzamiento del español, portugués y guaraní, y en “Meu tio Roseno, a cavalo” del 2000, es dedicado a “Douglas Diegues, meu compadre brasiguayo”, donde Rosendo habla portuñol unas veces y otras en jopara).

La portada trae un maravilloso grabado de Douglas Diegues, una suerte de paisaje kaiowa-zen hecho con materiales inusitados y tinta pva.

 

 

 

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