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miércoles, mayo 8, 2024

Cine ingenio-Reseña de la película “La Última Obra”

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Paranaländer fue el sábado a esa caverna de Platón llamada hoy cine, a soñar entre las sombras de “La última obra” de Héctor Duarte, zarandeado por su continuum de suspenso e ingenio.

La última obra, película dirigida por Héctor Duarte, va, como veremos, de metamorfosis, cambios de posición y relaciones.

Tiene dos partes bien delimitadas: la primera, relativamente breve, con el protagonista Chamo, dueño de un taller de autos, acosado y agobiado de deudas, con una exnovia llamada Yerutí revoloteando cerca, pero indiferente a su suerte; un padre orgulloso que da a entender con su actitud desconfiada que la sitú de su hijo es sólo obra suya, exclusivamente, y de nadie más.

En la segunda parte, vemos al protagonista metamorfoseado en Edgar Chamorro, subdirector de una empresa de productos naturales, con una nueva novia llamada Martina.

Estas dos partes, bien diferenciadas, tienen su punto de sutura en una elipsis. En realidad, podríamos decir que toda la peli se puede resumir en esta elipsis, que el director Héctor Duarte coloca de manera certera, cuando Chamo recorre los pasillos para asistir a una obra teatral. Es más, toda la segunda parte no es más que un dilatado suspenso que la resolución finalmente develará.

Esta elipsis estructural es un tour de force que asume el director con valentía, jugando con la paciencia del espectador ansioso por desatar el enigma de que un Chamo en apuros resurja empilchado con el look de un empresario winner.

El tema de la película, para mí, no es el éxito y sus laberínticos y, muchas veces, turbios caminos de acceso. Pienso más bien en la culpabilidad, que ya en la primera parte se vislumbra, sobre todo, en el padre. Luego, reaparece con el coprotagonista Bossi, interpretado por el actor Ever Enciso (imagen extrema de la culpabilidad).

El papel de Chamo, interpretado por el co-guionista Mauricio Martínez está bien ajustado al de ciudadano redivivo, recorriendo desenfadadamente los corredores del ascenso social inusitadamente. Despierta una leve antipatía por su confianza en sí, sin apenas recordar su pasado reciente al borde de la ruina. No posa nunca culpable por el abrupto cambio, aunque la banda sonora nos lo recalca con ese muro de sonido disonante, y el pasado, sin embargo, no cesa de rondarle con una suerte de pequeños memos o mensajes que tirotean con identidades desconocidas.

Decíamos ut supra que La última obra es un ejercicio virtuoso de la elipsis y el suspenso.

Ahora me gustaría especular sobre los sentidos del título. Así como hay dos partes, creemos que, al menos, hay dos “últimas” obras (y acaso 3) en la peli.

Una es propiamente la que nos oculta la elipsis; la otra sería la del desenlace, que no podemos descubrir aquí, para no cometer el pecado sigloveintiunense del spoiler. Incluso, se podría sustentar la teoría de que toda la segunda parte -el largo, desesperante y sádico suspenso (en la mejor tradición de un Hitchcock vg.) a que nos somete el director- es una obra, de teatro, de ingenio, de astucia, de impostura, y última, porque saca a Chamo de su desgracia.

Para terminar, me parece muy laudatorio que una película de cine paraguayo -sempiternamente acosado de precariedades económicas y falto de soluciones baratas para afirmarse como industria- se haya construido prácticamente con un artilugio viejo como el cine, en este caso, la susodicha elipsis que corta en dos la peli.

Si Hitchcock solía -con su maestría de trickster del celuloide- construir, o mejor, movilizar sus películas a base de Mac Guffins, aquí Héctor Duarte lo hace casi todo con una atrevida y maravillosa elipsis y el concomitante suspenso derivado de ella.

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