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sábado, abril 27, 2024

Reflexionar sobre los riesgos de la sobreexposición a las pantallas en niños y jóvenes

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Hay en nuestra sociedad, como en tantas otras de la región y del mundo, un debate ausente, pese a la importancia que la cuestión tiene en la educación y en la formación de ciudadanos críticos, éticos y responsables: se trata de la creciente exposición de las niñas, niños y adolescentes a las pantallas.

Un estudio publicado a mediados del año pasado por Cáritas Española bajo el título “Impacto de las pantallas en la vida de la adolescencia y sus familias en situación de vulnerabilidad social: realidad y virtualidad”, concluye que uno de cada tres adolescentes pasa más de 6 horas diarias frente a una pantalla y el 20% está en riesgo de uso adictivo.

En cuanto al término de «uso adictivo», la organización se refiere a cuando ya se genera un efecto de dependencia que termina afectando e interfiriendo de forma negativa en la vida cotidiana, y que incluso puede acarrear dificultades para controlar el tiempo que se dedica a las mismas.

Si entre los adultos esta práctica ha llegado a niveles preocupantes, lo que sucede con las menores es verdaderamente alarmante, porque ellos tienen, por su inmadurez, menor capacidad para reflexionar sobre los contenidos a los que están expuestas sus mentes en pleno proceso de estructuración.

Aunque es cierto que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda evitar las pantallas en niños menores a 2 años y, en los que tienen más de esa edad, sugiere un uso controlado de acuerdo con su nivel de maduración, lo cierto es que la mayoría de las familias desconoce estas recomendaciones y, sobre todo, desconoce el daño que suscita la exposición de niños y adolescentes a pantallas.

Probablemente, el mayor peligro que genera la alta exposición de menores de 2 años a pantallas tiene que ver con el desarrollo cognitivo, lo que explica que su uso debe estar prohibido para los más pequeños. Sus efectos son durables y repercuten en la adquisición del lenguaje, de destrezas de lectura y memoria, en el desarrollo psicológico y neuronal. Está comprobado que niños con déficit de atención, impulsividad extrema y falta de autocontrol han pasado su primera infancia delante de computadoras, celulares, tables y/o televisores.

Por eso, en pequeños niños, se debe fomentar el juego no estructurado, donde tienen mayor probabilidad de aprender porque interactúan con otros niños o con adultos.

En cuanto a los preadolescentes y adolescentes, el uso de pantallas y plataformas interactivas, redes sociales e internet en general, también los puede exponer a ser víctimas de delitos aberrantes por parte de personas que utilizan las redes como anzuelo.

A esto último, hay que sumarle los eventuales daños físicos y visuales que genera la exposición a pantallas: sedentarismo y daño oftalmológico.

En este mundo de pantallas, de contenidos audiovisuales exhaustivos, los chicos ven notablemente reducida su capacidad de abstracción. Hoy en día, el acceso a contenidos audiovisuales accesibles por internet los expone a materiales cerrados, que no dejan espacio a la reflexión. Consumen ideas preparadas y difundidas por otros.

En su ya célebre libro Homo videns. La Sociedad Teledirigida, publicado cuando el crecimiento tecnológico estaba en un auge inicial, el investigador italiano Giovanni Sartori traía a cuento un tema fundamental en lo que respecta al proceso de formación del conocimiento. Esta es una vía muy directa hacia la manipulación del pensamiento humano, a la alienación, que termina en la formación de personas acríticas, de hombres-rebaño, reducidos a la categoría de cosas sin capacidad de discernimiento.

Este amenazante factor constituye, asimismo, un freno para la socialización de los chicos. Muchos se engañan pensando que sucede lo contrario: el niño o el adolescente interactúa más frecuentemente con sus pares mediante los aparatos electrónicos. Es probable, ¿pero bajo qué condiciones? El desdeño del trato personal, el intercambio de impresiones y afectos, el aprendizaje que genera la convivencia y el roce de caracteres, que es una de las características fundamentales que hacen a la construcción de personas más humanas y humanizantes, se ve completamente reducido con la tecnología.

Estamos educando a niños y adolescentes sedentarios y aislados, con severas consecuencias futuras en lo que respecta a la aparición de enfermedades que aquejen a la salud mental, una situación que se refleja con mayor claridad aún en aquellos chicos con la condición del espectro autista.

No se trata aquí de demonizar a la tecnología, sino de advertir sobre los riesgos de su uso indiscriminado y abusivo y, sobre todo, animar a los medios de comunicación, a la escuela, al conjunto de la población a reflexionar sobre este peligro que dejará una marca indeleble en la educación y la formación ciudadana de nuestros hijos y de nuestros nietos.

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