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domingo, noviembre 24, 2024

Cuando comió vidrio Perurima

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Paranaländer cuenta un kaso ñemombe’u puahuete de un Perurima que comía vidrio bajo engaño como venganza de una dama sin merci harta de las promesas de matrimonio incumplidas.

 

El paraguayo que comía vidrio en Susana finalmente murió, pero no a causa de la dieta inhumana sino, según fuentes no fidedignas, por el estupor ante la visión atroz del cuerpo de la geronto-star.

Yo sí conocí  a un verdadero comedor de vidrio. Me lo presentaron una vez que había dado una vuelta por el tajamar de Edgar Pou: había ido con su yiyi de entonces a la sazón mi colega en el fascinante mundo de la mercadotecnia. No recuerdo hoy su nombre ni apellido, solo un marcante: el Perurima de Luque.

Al parecer Peru, haciendo honor a su fama de tramposo incansable, había prometido casorio a  la fulana candorosa, mientras gozaba de su cuerpo orgasmizable ad infinitum.

Harta del engaño concibió una vendetta. Matarlo de a puchos con el expediente indetectable del vidrio kui oculto en el salero diario.

Cada plato de tapioca, mbeju, mandioca frita, ere erea, al ser espolvoreado con la sal lo era a la par de los átomos sibilinos del vidrio.

Este régimen unilateral y deletéreo duró meses según la cruel ñata vengatriz.

La mujer me lo contaba riendo hasta las lágrimas cada vez que se acordaba de su casorio frustrado.

Peru acompañaba, por cierto, tal pitanza cortante, con toneladas de birra, vino, caipirinhas, smirnoff, caña parawayensis…de alambiques kañy.

La voracidad de vidrio y alcoholes de Peru  seguía insaciable en todos esos meses.

La yiyi vivía esperando el momento final que nunca terminaba de llegar.

Hasta que un día dejó de venir.

Nunca más se supo de Perurima, el comedor de vidrios de Luque.

Las conjeturas iban desde que pillo la intriga montada contra él, a que se pichó nomas de tanta avidez sexual de la ñorsa y se mandó mudar a tierras menos calientes y pedigüeñas.

Sobre la ingestión de vidrio, en cambio, no hemos hallado aún explicación. Que se sepa Peru sigue vivito y coleando (y culeando por el ancho mundo otras yiyis sin tantas ansias de casorio), después de haber sobrevivido a las arteras maneras de una yiyi despechada.

Incluso algún tercero, quizás el propio Pou, lo haya vuelto a ver de uno de sus tantos regresos de otros caminos, otras yiyis, envenenadoras o no, allí de paso por su tajamar zen, donde sus amigos acostumbran recalar para purificarse de las miasmas de la city ahogada con los tóxicos del agronegocio y la narcopolítica.

La dama del vidrio kui sigue hasta hoy sin casarse, rumiando nuevos candidatos a la ingesta forzada del matrimonio.

Escribo estas líneas en homenaje al estómago de hierro de este Perurima contemporáneo, y, a la vez, como un llamado a la ciencia antes que a la literatura, para que ahonden en un caso absolutamente insólito y sobrehumano.

¿Cuál fue el truco que opuso Peru al  artero ataque femenino?, siempre me pregunto cada vez que muerdo una miserable empanada de mandioca en mi barrio lambareño entre vasos de cerveza artesanal y caña clandé.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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