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sábado, mayo 18, 2024

Restos que flotan a la deriva, un cuento de Deborah Eisenberg​

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“Un pueblo no puede aspirar a la distinción, a la belleza, si el símbolo máximo de su cultura culinaria es una hamburguesa o un pancho.” Por: Derian Passaglia

La literatura yanqui, lo dije alguna vez en otro lado, pero no está mal repetirse, es re grasa. Es prácticamente igual a lo que comen los habitantes del sádico pueblo de los Estados Unidos: embutidos, conservas, salsas hechas hechas triturando papas fritas de paquete. Un pueblo no puede aspirar a la distinción, a la belleza, si el símbolo máximo de su cultura culinaria es una hamburguesa o un pancho. Pero bueno, yo qué puedo saber de todo esto si soy un simple sudamericano pobre, un mexican, un latino. Quizá no oprimimos ni saqueamos los recursos naturales de otras naciones, pero somos felices con lo puesto. Ya lo cantó el Pity Álvarez: “aprendemos a ser felices así”.

Son especialistas en el extractivismo de un único recurso literario, que inventó Hemingway. Con variaciones de acuerdo a los estilos, una frase más larga o más corta, ironía mediante o tal vez no, tal vez más apegado a lo que se cuenta, los escritores y las escritoras norteamericanos proyectan sobre sus relatos la “teoría del iceberg” y lo no dicho, un presupuesto (presupuesto de presuponer pero también de facturar), en el que la narración oculta gran parte de la historia, por lo que habría que leer más allá de lo escrito, en su ausencia. Si la literatura son palabras, estos cuentos y novelas yanquis se proponen hacer literatura suprimiendo las palabras. Básicamente, te venden humo.

Deborah Eisenberg, en mayor o menor medida, utiliza este recurso literario. Fue llamada una agente de la CÍA en un podcast que escuché hace poco, junto con otras escritoras contemporáneas actuales, como Lorrie Moore y Lydia Davis, siguiendo la línea de otros escritores agentes de la CÍA en los 80 y 90 como Raymond Carver y Charles Bukowski. Una forma de conquista neocolonial es la penetración de la cultura extranjera en la propia, y la CÍA financia la traducción y edición de estos escritores y escritoras en el cono Sur con el fin de pacificar, obedecer e inclinarnos ante el imperio. Pero pobre Deborah, no tiene la culpa de nada de esto esto, ella es un simple agente.

El cuento está ambientado en los ochenta y trata de una chica que ve una escena de otras dos chicas, más jóvenes, en un bar, y recuerda su propia vida de recién llegada a la gran ciudad, en Nueva York. Todo el relato desarrolla este recuerdo, sin volver nunca al presente de la narración. Esta narradora, cuando era joven, aspiracional, ingenua, se había separado y necesitaba un nuevo espacio, hasta que consigue una compañera de piso muy particular. Se trata de una historia de iniciación moderna, simpática y ligera. Se puede leer acá.  

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