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sábado, noviembre 23, 2024

En busca del tiempo perdido como una telenovela. Primera parte

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¿Qué relación existe entre las telenovelas latinoamericanas y la obra del escritor francés Marcel Proust? Derian Passaglia lo explica en este imperdible artículo.

Por: Derian Passaglia

Si de algo puede decirse que fue inventado en Latinoamérica eso es la telenovela. Machotes colombianos con sombreros montando caballos. Thalía vestida en transparencias de seda corriendo al mar. La telenovela usa las repeticiones y al espectador le encanta descubrirlas: un chofer pobre que se enamora de su jefa, un pelado ricachón que oculta una amante de la servidumbre, dos enamorados que descubren que son hermanos, una discapacitada malvada, un mayordomo que escucha una confesión atrás de una puerta. Para que haya telenovela, tiene que haber melodrama, pasiones desatadas y amores interclases. La forma de la telenovela es el melodrama.

Marcel Proust, inspirado en el realismo clásico del siglo XIX, escribe la mejor telenovela del siglo XX. Así leía esos grandes novelones que se escribían cuando él era chico: como si fueran historias de personas reales que sufrían y amaban, que lloraban un desengaño. En busca del tiempo perdido retoma los temas del gran realismo de escritores como Balzac y Flaubert, como los conflictos de clase y el retrato de la alta burguesía, pero con una mínima modificación que le permite cambiar la estructura entera: escribe desde dentro de la clase y no desde fuera, como simple narrador en indirecto libre, tan popular entre los grandes realistas.

A pesar de que le gusta Balzac, a Proust le parece vulgar. Y sí. Proust mojaba la magdalena en el té mientras recordaba su infancia en Combray mientras que Balzac provenía de una familia pobre de agricultores. Proust no solo observa el desarrollo de las clases sociales, sino que además las vive, pertenece al mismo mundo que Balzac describía en sus libros.

La alta sociedad no es así solamente un motivo para Proust, sino la forma en que creció, rodeado de libros que le contaban cómo era su propia vida. Hay que imaginarse un lector que se cultiva con escritores que le cuentan su propia manera de ser, como si fueran educadores en realidad de sentimientos, conductas y deseos. Para Proust el realismo es una realidad, por eso al leerlo se siente que lo que narra no es artificial, que es más real que los propios realistas: un carácter documental, experiencial, de proximidad del narrador a los hechos que cuenta, impregna cada palabra.

El narrador de Proust, a diferencia de los realistas clásicos, no observa la situación desde arriba, sino que participa de ella como un invitado tímido a una fiesta galante. No se pierde un solo detalle, un gesto, un sobreentendido, un pensamiento que cruzó por una cabeza que tenía la mente en blanco.

Al hablar de su propia clase, Proust necesita referirse a sus costumbres, de manera que usa el costumbrismo, una de las estéticas preferidas de las telenovelas. El costumbrismo está mal visto, la palabra tiene una connotación negativa, incluso despreciable entre la crítica. Proust era costumbrista, el narrador proustiano reflexiona que el común de los lectores busca relatos que se alejen de su realidad, no aquellos que cuentan hechos cercanos y reconocibles de su medio, como le pasó al propio Proust con el realismo clásico. Proust narra las costumbres de una clase a la que muy pocos tienen acceso; sus modos, sus gustos, el mundo de la aristocracia se aleja del común de la gente.

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