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sábado, noviembre 23, 2024

En busca del tiempo perdido como telenovela. Segunda parte

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La tensión con que Proust narra estos interminables banquetes es única, porque los personajes dicen una cosa pero pareciera que pensaran otra. Son hipócritas, diplomáticos, manipuladores. En este juego pasional de dichos y silencios se juega la maestría literaria de Proust.

Por: Derian Passaglia

La conversación en salones es la forma en la que Proust muestra las costumbres de la clase más pudiente. Hay damas de largos vestidos y señores de traje fumando pipa. Cenan lenguado a la bretona. La conversación es un género, tiene sus propias reglas y Proust las explota. Nunca antes un escritor realista había narrado el juego de miradas, poses, suposiciones, sobreentendidos, prejuicios, normas y modales como Proust.

En la simple exposición de la conversación se observa la clase: quién la tiene y quién no. Los comensales se esfuerzan por agradar. Se valoran los títulos, se hacen chistes con juegos de palabras, se habla de óperas, los personajes se entregan al galanteo y a la fina seducción a través de la palabra y la postura, el modo de decir. En los salones se asiste a las convenciones de la clase alta pero también a todos sus vicios. La tensión con que Proust narra estos interminables banquetes es única, porque los personajes dicen una cosa pero pareciera que pensaran otra. Son hipócritas, diplomáticos, manipuladores. En este juego pasional de dichos y silencios se juega la maestría literaria de Proust.

La clase alta, la antigua clase alta francesa de finales del siglo XIX, se distingue por el buen gusto, la cultura, la educación, el amor por el arte, la música, la literatura, la arquitectura, los modales finos, la amabilidad, una buena conversación. La elegancia es un estilo de vida para la familia y amigos de Proust. ¿Cuándo fue que los ricos se degradaron, que perdieron la elegancia, que se volvieron grasas? ¿Antes o después del neoliberalismo? “Llendo o yendo no me importa -afirma un proverbio del comandante Ricardo Fort- porque voy en mi Rolls Royce”.

La educación formal, el gusto por el arte y el pensamiento, las expresiones clásicas, fueron reemplazadas por la educación financiera, la simple acumulación de capital, la nueva distinción. Los nuevos ricos trataron de imitar las formas y costumbres de los viejos ricos, pero solo lograron apropiarse de su vocabulario, no de su sintaxis, como le pasó a Odette.

Swann, el personaje principal del primer tomo de En busca…, está enamorado de Odette. Ella no tiene el estilo ni la clase de él, pero a él le gusta así como es y no intenta cambiarla: Odette es grasa y snob y las cosas que le gustan es porque están de moda. Alababa la decoración de una casa porque le parecía que estaba amoblada con “antiguedades”, y cuando Swann le preguntó a qué época pertenecían no supo responder. Odette se creía, sin embargo, refinada y de buen gusto, y ni siquiera entendía a Swann, al que consideraba inferior en inteligencia: “Se asombraba además de la indiferencia de él al dinero, de su amabilidad con todo el mundo, de su delicadeza”.

Swann le gusta a Odette por la plata y la influencia que tiene en el “gran mundo”. El narrador proustiano define entonces la elegancia, que es el concepto con el que construye su estilo, y es también la base del conflicto social de fondo que separa los universos de Odette y Swann. Para la aristocracia, “la elegancia es la emanación de algunas personas poco numerosas que la proyectan hasta un grado muy alejado (…) sobre el círculo de sus amigos o de los amigos de sus amigos, cuyos nombres forman una especie de repertorio”. Swann, al escuchar los nombres de las personas que se encontraban en una comida, enseguida podía distinguir el matiz de elegancia de esa comida; Odette, en cambio, solía decir de alguien:

-Solo va a los lugares elegantes.

Esos lugares Swann no los conocía y le parecía en vano, al final, intentar modificar el concepto de elegancia de Odette, porque pensaba que el suyo era igualmente idiota y sin importancia. Cuando Odette lo ve con un monóculo en una reunión le dice a Swann que le queda “chic”. El narrador proustiano es indiscreto como Odette, distinguido como Swann, y narra como interpreta a los realistas clásicos del siglo XIX la decadencia de una clase que es la suya propia.

*Imagen de Portada: Versión gráfica de Stéphane Heuet.

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