La Unión Soviética convirtió a una estética determinada, el realismo socialista, en una política oficial de Estado en un decreto que promulgó Iósif Stalin en 1932, llamado “reconstrucción de las organizaciones literarias y artísticas”.
Por: Derian Passaglia
Ninguna otra sociedad estuvo tan convencida en el poder del arte para cambiar la vida como la soviética en los años de la revolución. Tanto es así que la vanguardia, que por aquellos años era el arte nuevo que venía a cambiar las formas del arte y la vida, fue prohibida, perseguida y exterminada en la Unión Soviética entre 1920 y 1950.
Los escritores de vanguardia fueron encarcelados y algunos, como Daniil Jarms, murieron de inanición. Es paradójico el modo en que se da la relación entre arte y política, ya que al igual que los postulados más innovadores de los escritores de vanguardia, el gobierno soviético creía que el arte podía transformar la realidad, pero la forma en que aplicaban esa idea era conservadora.
Consecuente con sus ideales, el gobierno convirtió a una estética determinada, el realismo socialista, en una política oficial de Estado en un decreto que promulgó Iósif Stalin en 1932, llamado “reconstrucción de las organizaciones literarias y artísticas”. Es hasta novelesco si se lo piensa de forma abstracta, un poco paródico, un poco absurdo y otro poco trágico: un Estado donde se debe escribir de una forma en particular porque el arte debe servir a las masas y el que desobedece a la cárcel.
Lo principal del realismo socialista es que deje un mensaje. La temática es limitada a la representación de héroes patrios, líderes revolucionarios, la exaltación del trabajo y la industrialización, la construcción y la agricultura. En el cuadro En los campos de paz, de Andrey Mylnikov, unas campesinas pobres llevan rastrillos al hombro mirando el horizonte desde una perspectiva que las muestra orgullosas y enormes. La novela más importante del realismo socialista, La madre, de Máximo Gorki, es un dramón familiar que cuenta la historia de un padre zarista y un hijo revolucionario.
La ideología en el realismo socialista debe transmitirse por medio del contenido a través de una forma convencional. El arte debe levantar la moral del pueblo, ensalzar a las masas, ser un vehículo de valores y conciencia. Esta forma convencional que usan los artistas es el realismo, la principal corriente literaria del siglo XIX, que busca imitar la realidad mediante la representación de una clase burguesa en decadencia. El realismo tuvo una cantidad impresionante de interpretaciones en todo el mundo, que a su manera continúan, y la Unión Soviética tuvo su propia manera de adoptar el realismo en el arte. Para Stalin, los escritores eran «constructores del alma humana».
¿Qué pasa cuando el realismo se convierte en un instrumento que debe servir al poder para conseguir sus fines? El arte mismo, y no la vida, se transforma. Mi amigo Lauti me contó la escena, de no recuerdo qué película soviética, en la que una campesina soviética recibía en la cara la leche interminable de una vaca, metáfora demasiado explícita en aquellos años pudorosos, sobre todo teniendo en cuenta que en Hollywood apenas si se besaban torpemente.
La potencia revolucionaria del realismo socialista quizá no esté tanto en la intención de su arte como en las condiciones de su surgimiento y la forma que posibilitó: un arte que habla de la revolución, y que para eso debe deformar la figura del trabajador, ensanchar sus dimensiones y multiplicarlos hasta el infinito, lo que provoca que el realismo socialista pueda ser leído de otra manera; no ya como un arte para la transmisión de un mensaje sino como la primera vez donde la política interviene de forma directa en una estética provocando una verdadera revolución en el arte.
Imagen de portada:
En los campos de paz
Andrey Mylnikov
1950
Óleo sobre lienzo
200 x 400 cm
Museo Ruso de San Petersburgo