En esta entrega, Derian Passaglia escribe sobre unos versos del poema “El bello navío”, de Baudelaire, que le recuerdan a un hit de la cumbia villera, “Se te ve la tanga” de Damas Gratis.
Por: Derian Passaglia.
Hace muchos años releí “El bello navío”, un poema de Baudelaire al que le saqué una foto y subí a Facebook con una inscripción: “Baudelaire, pionero de la cumbia villera”. Los versos que me hicieron acordar al clásico tema que inauguró la cumbia villera, “Se te ve la tanga” de Damas Gratis, eran estos: “Cuando vas moviendo el aire con tu pollera amplia / produces el efecto de un bello navío que zarpa”. José me comentó la publicación con una pregunta: Derian, ¿vos no sos el personaje ese de Capusotto que cree que todo es sobre el faso? El poema entero habla de una mujer, en un tono seductor, y la descompone en las distintas partes del cuerpo: el cuello es esbelto, la cabeza altanera, la espalda ancha, el seno se comba y es triunfante, las piernas escultóricas.
Hay algo de danzarina en esa mujer, como si Baudelaire persiguiera un estribillo para el hit de la temporada, en estrofas donde repite que una chica está pasando por la calle. Es como si el poema perteneciera al género del piropo, ya extinto y olvidado, practicado con igual soltura por obreros de la construcción, oficinistas, taxistas y hombres en general. El movimiento de los versos es sensual, como el barco entre las olas del mar, una metáfora propia de los decadentistas del siglo XIX para los que el mar podía representar el amor fugaz, la ebriedad, el signo de una era que cambiaba.
Las mujeres de Baudelaire danzan cuando caminan, se mueven al ritmo de la ciudad y de los versos, no tienen ningún miedo en mostrarse. Son marginales pero coquetas, y esa característica las llena de un desprejuicio que desea y deslumbra al poeta. ¿Quiénes son esas chicas que ni nombre tienen? Baudelaire escribe que andan balanceándose, y siguen un ritmo dulce y perezoso y lento. El carácter anónimo las vuelve intemporales, mágicas apariciones de la modernidad. No se sabe de dónde vienen ni adónde van, lo único que se ofrece es su paso, bamboleante, imposible de ignorar en las calles paquetas de París. Proust le creó una psicología a esta imagen de mujer en el personaje de Odette, una chica superficial, algo tonta, una snob que busca el lujo y la plata fácil en aristócratas viejos que ya no tienen nada que perder, y se enamoran de una idea.
La cumbia villera le puso nombre a esa figura nueva que dejó perplejos a los escritores del siglo XIX. El mundo de las prostitutas bien vestidas pero enfermas, el de las mujeres que mostraban su deseo y eran tan independientes como para dejarse admirar por bohemios, locos y borrachos se cambió en la cumbia villera por un mundo de chicas con minifalda, tanga y tacos perreando arriba de una tarima. A Baudelaire le hubiera gustado escribir como el Pepo: «Con esa caminata no precisas bailar / tú mueves esa cola de aquí para allá».
“Se te ve la tanga” borra el carácter sensual del verso baudelareano para transformar lo oculto en explícito, lo elevado en vulgar. Para hablar de la ropa de la chica que pasa, Baudelaire usa la tela con que se confeccionan las enaguas; Proust la vuelve ignorante, porque Odette no conoce la diferencia entre los mobiliarios, para ella todos los muebles son “antiguos” sin importar a qué siglo pertenecen; Pablo Lescano le canta a la tanga de Laura y el Pepo, unos años más tarde, vuelve la imagen una metáfora: a la tanga le dice cometrapo.
La imagen de la chica es mucho más íntima, pero de una intimidad que no respeta lo público y lo privado, y mantiene el carácter grotesco. La imagen de la mujer aparece en exceso, entregada a los placeres terrenales, provocadora en su actitud desprejuiciada. Hay una constante en esta figura en el hecho de volver loco a los hombres, los pierde, los mantiene atados a ese movimiento de cuerpo suelto para bailar, los encandila en hechizos secretos. El aristócrata venido a menos de Proust, Swann, cree que Odette la engaña, y después de dejarla en su casa, mientras va camino a la suya, piensa en ella. ¿Qué estará haciendo? ¿Será verdad lo que dicen los chismes que ella lo engaña? Swann se da la vuelta y camina hasta el departamento donde vive Odette. Desde la vereda, oculto atrás de un árbol, la espía como en las mejores telenovelas de la tarde. La luz de la pieza de Odette está prendida, y Swann se paranoiquea, no puede dejar de pensar, está obsesionado. Ella seguramente está con otro.
Foto: «Au Salon de la rue des Moulins», 1894.