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lunes, mayo 6, 2024

Sobre el fenómeno religioso en Émile Durkheim

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Para Émile Durkheim la condición necesaria de la religión consiste en la separación del mundo en dos reinos absolutamente heterogéneos entre sí: lo sagrado y lo profano. Por: Martín Duarte

La sociología de la religión de Emile Durkheim apunta a describir y explicar la naturaleza religiosa del hombre. Es decir, trata de hallar las formas elementales, simples, de la vida religiosa.

El sociólogo francés considera que en lugar de estudiar las grandes religiones, avanzadas, complejas, resulta más pertinente abordar el fenómeno en su simplicidad rudimentaria, pues de este modo se penetra en lo que de esencial tiene la vida religiosa.

Si se procediera a estudiar una religión compleja como el cristianismo, la mirada del investigador se perdería en la abundancia de sus rasgos, teologías, estratificaciones sociales y demás variables que ocultan el núcleo esencial del fenómeno religioso.

Por lo tanto, resulta más operativo el estudio de las religiones llamadas “primitivas”, en las que las condiciones de homogeneización social, la debilidad de la individualidad y la uniformidad de la vida representativa del grupo social se muestran más regulares y fácilmente observables; no cuentan con el aggiornamiento que constituyen los sistemas más complejos de religiones.

Es por todo ello que Durkheim elige estudiar la religión más rudimentaria que la historia puede ofrecer: las religiones totémicas.

Sin embargo, no se trata de estudiar en sí misma a la religión más elemental que la historiografía y etnografía ha documentado, sino como vía de acceso a aquello que de común y esencial tienen todos los sistemas religiosos existentes. Se trata pues de hallar el denominador común subyacente a su proliferación particularizada.

¿Cómo define el autor a la religión? Ésta pasa a ser definida como un sistema de creencias y prácticas, de cosmologías y ritos, creencias y prácticas relativas a las cosas sagradas y sus relaciones con el mundo profano, que ligan a los hombres que adhieren a las mismas en una misma comunidad moral, en un cuerpo moral llamado Iglesia.

Pasemos a desgranar los elementos de esta definición.

En primer lugar, todo sistema religioso descansa en un conjunto de ideas que expresan el mundo, sistematizan las relaciones internas entre las cosas, clasifican el mundo, otorgando un sentido a la vida que permite a los hombre actuar sobre la realidad.

En segundo término, las religiones constan de prácticas, conductas y acciones reguladas por la estructura del ritual, del culto, del rito. Es el momento de la acción, de los procedimientos eficaces de un mecanismo manual que produce su resultado en la misma ejecución técnica del procedimiento material del rito, del culto, etc. En síntesis, “los ritos son reglas de conducta que prescriben cómo debe comportarse el hombre respecto de las cosas sagradas”.

Todo esto nos lleva a otra condición necesaria de la religión: la separación del mundo en dos reinos absolutamente heterogéneos entre sí: lo sagrado y lo profano. Entre ambos términos hay solución de continuidad, son dos reinos incomunicados, radicalmente excluyentes entre sí.

Por último, es constitutivo de la religión el hecho de que ligue en una fe común, en un sentimiento común a todos los fieles, quienes constituyen un cuerpo moral, colectivo, a saber: la Iglesia. Sin religión no hay Iglesia, y viceversa.

Ahora bien, yendo al momento explicativo de la religión, es decir, de qué fuerzas depende para aparecer en la representación de la humanidad, Durkheim ubica dichas fuerzas explicativas de lo religioso en la sociedad.

Entonces, el individuo se representa la idea religiosa -la idea suprasensible de un orden extra-material- a partir del sentimiento no tematizado que la acción de la sociedad ejerce sobre los individuos. La tesis subyacente es que el ser histórico puede representarse el ideal, puede acceder a la trascedencia, porque forma parte de algo mayor a sí mismo: la colectividad.

Es así como el sentimiento colectivo exige materializarse en las cosas. Por ejemplo, el poder atribuido a un fetiche es la localización material de una fuerza moral cuya fuente es la misma sociedad.

En este sentido, las fuerzas morales potenciadas que el fiel siente en comunión, en el culto, donde la sociedad se encuentra reunida en acto, es el producto de la acción de esta realidad sui generis que es la sociedad. Los sentimientos de vigor, calor, entusiasmo, todo ello que nos parece que supera nuestras simples fuerzas morales individuales; todo esto es el efecto de vernos arrastrados más allá de nosotros mismos por el momento efervescente de la vida social.

Así pues, la religión, con sus ideas y prácticas, constituye el primer momento en que la sociedad se presenta, adquiere conciencia de sí misma, de su unidad y personalidad.

La sociedad se crea y se recrea a cada instante en las asambleas, cultos, ritos, en los que los individuos sienten la fuerza superior de la colectividad. Para Durkheim, la sociedad no es una suma de representaciones individuales, sino una verdadera síntesis sui generis, un nuevo sujeto moral trascendente. La explicación de esta nueva realidad no debe ser buscada en la metafísica o en la teología, sino más bien en la realidad social del hombre, en su ser dual: a la vez individual y social.

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