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miércoles, mayo 1, 2024

¡Gran santo! El caballo

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Paranaländer trae en esta entrega algunos extractos de escritos pertenecientes a 3 autores “endiosadores del caballo hasta un grado sublime”.

 

Por: Paranaländer

Stuttgart quiere decir “jardín de las yeguas”

 

Decir caballo es decir tótem de una era acaso hoy finiquitada. Es decir, Gulliver (“si tuviera que hablarle a un caballo, lo haría en alemán”), Equus, Jünger, Beláiev (sugirió al ejército paraguayo formar una caballería india chaqueña), Bloy (quien mandó al tacho de la basura a Cervantes por como trataba a Rocinante el tarambana del Quijote).

Hoy daré la palabra a 3 endiosadores del caballo hasta un grado sublime.

 

El caballo (Francis Ponge), fragmento.

 

Varias veces grande como el hombre, caballo de narices

abiertas, ojos redondos bajo párpados entornados, orejas

erguidas y largo cuello musculoso.

 

El más alto de los animales domésticos del hombre, y

verdaderamente su montura indicada.

El hombre, un poco perdido sobre el elefante, está en su

mejor aspecto sobre el caballo, un trono verdaderamente a

su medida.

¿No vamos, espero, a abandonarlos?

¿No va a volverse una curiosidad del Zoo, o del Tiergarten?

…Ya, en la ciudad, no es más que un miserable ersatz

del automóvil, el más miserable de los medios de tracción.

 

¡Ah, es también – ¿duda el hombre de ello? – algo muy

distinto! Es la impaciencia hecha aletas nasales.

Las armas del caballo son la fuga, el mordisco, la coz.

Parece que tuviera mucho olfato, buen oído y una vívida

sensibilidad en el ojo.

Uno de los más bellos homenajes que uno está obligado

a rendirle es ataviarlo de anteojeras.

Pero ningún arma…

De allí la tentación de añadirle una. Una sola. Un cuerno.

Entonces aparece el unicornio.

 

El caballo, gran nervioso, es aerófago.

Sensible al más alto punto, aprieta los maxilares, retine

su respiración, después la suelta haciendo vibrar fuertemente

las paredes de sus fosas nasales.

También por eso el noble animal, que no se alimenta

sino de aire y de pasto, no produce más que bollos de paja y

pedos estruendosos y perfumados.

Estruendismos perfumados.

 

¡Qué dije, que se alimenta de aire? Se embriaga de él. Lo

aspira, lo inhala, resopla allí.

 

Se precipita allí, allí sacude su crin, allí hace volar sus

Coces hacia atrás.

Evidentemente querría levantar vuelo.

La carrera de las nubes lo inspira, lo exaspera de emulación.

La imita, se desenfrena, caracolea..

Cuando chasquea el relámpago del látigo, el galope de las nubes se precipita y la lluvia pisotea el suelo…

 

¡Suéltate del fondo del corral, fogoso ropero hipersensible,

de nudos redondos bien encerados!

¡Grande y hermosa cómoda de estilo!

De ébano o de caoba encerada.

Acaricien el cuello de este ropero, que enseguida adopta

un aire ausente.

El trapo en los labios, el plumero en las ancas, la llave en

la cerradura de las aletas nasales.

Su piel tiembla, soporta impacientemente las moscas, su

casco martillea el suelo.

Baja la cabeza, tiende el hocico hacia el suelo y come pasto.

Hace falta un banquillo para ver sobre el estante de arriba.

 

Kafka y el último caballo libre: este caballo pasaba mil angustias todos los días para evitar que los transeúntes repararan en él, es decir, que lo consideraran un “animal libre”, sin dueño ni freno, cuando andaba por las calles. Logró esquivar por un tiempo las humanas asechanzas, fingiendo que salía de un establo todas las mañanas para encaminarse a su trabajo, como un ciudadano normal. Así las cosas, hasta que una mañana sintió que una mano imperativa e interrogativa se posaba sobre su cerviz.

 

Braulio Arenas: Los caballos del ajedrez tienen siempre el aire de morir muy jóvenes, consumidos por su propio brío, por su propia llama, por su propia juventud”.

 

 

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