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sábado, mayo 18, 2024

El sueño del hada Belinda

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El Trueno publica «El sueño del hada Belinda», un cuento inédito de los escritores Derian Passaglia y Gala Semich Álvarez.

Las divisiones a las que fue sometido el barrio de Palermo por cuestiones comerciales confunden un poco al visitante casual. Según un mapa encontrado en una plataforma de imágenes virtuales, Palermo Pacífico, Palermo Nuevo, Palermo Zoológico, Palermo Chico, Palermo Viejo, Palermo Norte, Alto Palermo, Villa Freud, Palermo Botánico, Palermo Hollywood y Palermo Soho se disputan el espacio en terrenos fiscales que se delimitan en oficinas inmobiliarias donde el aire es frío en verano. Cuando alguien cruza la puerta de una inmobiliaria es mejor que esté abrigado porque el frío congela los huesos.

Cada sector de Palermo podrá tener su esencia, pero las cervecerías artesanales atraviesan todo el espectro del barrio, desde que nace en la avenida Coronel Díaz, la hermosa Coronel Díaz de savia en las veredas, pasando por la horripilante avenida Córdoba, gris como la Rusia soviética, hasta llegar del otro lado a la avenida Libertador, ostentosa y paqueta, sin contar Figueroa Alcorta, la avenida por la que se ingresa al estadio Monumental cruzando el barrio. Es hermoso caminar por Figueroa Alcorta, aconsejable para un domingo primaveral, cuando los jacarandás tiñen las calles de un lila intenso. En alguna cortada perdida puede aparecer Susana Giménez, un hombre de canas brillantes, sobretodo negro, hablando por celular y con un vaso de Starbucks en la mano, o un Lamborghini salido como de un bosque alemán del siglo XVIII, pleno auge del romanticismo. En el último extremo, el barrio se difumina en Puente Pacífico, donde está la estación de tren de la línea San Martín, aunque en realidad sigue, y termina más allá del Viaducto Carranza.

Antes de meternos de lleno con las cervecerías artesanales habría que comentar la libertad sibilina que irradian las hojas de las talas y los eucaliptos en los Bosques de Palermo. Los vecinos hacen gimnasia, zumba, toman mate, sol (si hay sol y hace calor), pasean con auriculares, saludan a algún conocido, vestidos con ropa deportiva ajustada al cuerpo o buzos comprados en el extranjero, con el pecho encharcado por la transpiración. Ahí, en los circuitos circulares diseñados por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, los gimnastas discuten sobre divisas, monedas virtuales, bolsas de valores, acciones, precios en dólares y contratos. El destino del precio del trigo se decide entre abdómenes tonificados, ejercicios de velocidad en espacios reducidos, piques cortos, corazones grandes, calzas elastizadas, sentadillas, cumbias de Gilda en el aparato reproductor de un personal trainer, bicicletas a contramano, jubilados.

Las cervecerías artesanales de Palermo se parecen a las del medioevo con algunas diferencias sustanciales. Una de ellas es su predilección por el idioma inglés cuando se trata de presentar las opciones del menú. Banderines y luces de colores cuelgan de los árboles. Las banquetas y las sillas siguen igual, son de madera. Ya no se golpea con el vaso en la mano pidiendo otra ronda, se levanta el dedo para pedir otra pinta a la moza. Según el uniforme que se vista, un comensal puede ser víctima de una mirada acusadora por parte del resto de los asistentes. Camperas de cuero, tacos de plataforma de quince centímetros de alto, zapatillas también de plataforma, más camperas pero de jeans, pantalones rectos sin género, estampados fluorescentes al igual que pelos de colores fluorescentes, camisas floreadas, con palmeras, arasbescos, pero también blancas básicas, azules claros, algún que otro toque caqui en los zapatos, gorras con viseras dobladas… Tres meses y catorce días duró el hada Belinda trabajando en la cervecería artesanal Palermo Vibes. La mañana siguiente se bajó un programa para editar imágenes y texto y armó un CV, acostada en la cama de su dos ambientes bajo las colchas blancas.

Las barberías exhiben en sus vidrieras ciclomotores antiguos. El encanto por un corte de pelo o un perfilado de barba brilla en el bigote del barbero cuando ofrece sin costo adicional una pinta de la mejor cervecería palermitana. Poco y nada de cuchilleros, almacenes y casas bajas sobrevive en las esquinas de aromas a frituras y cheddar, murales con frases en las paredes y restaurantes de tacos, bifes de chorizo y shawarmas. Un paseo turístico por la Ciudad no puede prescindir del recorrido por lugares simbólicos que forman parte de la identidad del barrio como la esfera calada y gris del Planetario incrustada en medio de los Bosques de Palermo, el laguito, las voces cosmopolitas de Plaza Serrano en una noche de ferias y descuentos en efectivo, los colores de árboles y plantas exóticas del Jardín Japonés y su simpático puentecito rojo, la flor de acero inoxidable que se abre y se cierra, el MALBA, las calles de ricos y famosos de Palermo Chico.

El sueño del hada Belinda era ganar el prestigioso concurso Palermo Baila y ser reconocida como una de las mejores. Sobre Honduras, bajo las sombras apagadas de las tipas, entre una convención improvisada de deliverys precarizados, el hada Belinda se dijo:

―Solo me tengo que comparar conmigo misma.

En un tugurio cualquiera, todavía la voz monótona de relatores en la radio sacuden la modorra de viejos con boina en el barrio de Palermo, que escuchan cómo Ortigoza pierde la pelota. Hay puestos donde la oferta es escasa, como por ejemplo en la rama de la ingeniería o en la docencia, las horas libres pasan entre recreo y recreo mientras los chicos juegan tutifrutti en el aula. Para otros la demanda es elevada. En las oficinas de Crazy Castor, el hada Belinda causó una impresión muy buena. La hicieron desfilar desde la puerta a la ventana y le pidieron que se toque las piernas suavemente con las yemas de los dedos.

Las luces de neón del cartel de Crazy Castor iluminan la cuadra. Es oscura la entrada. Un patovica de traje sedoso y walkie talkie en el hombro se para en la puerta brillosa y juzga al interesado según la apariencia. Si las credenciales son aceptadas (documento, billetera abultada, tarjetas negras o de oro, ropa limpia, modales diplomáticos) ya está, el interesado se convierte en cliente. Los sintetizadores no permiten escuchar los diálogos. Es a propósito. La barra se señaliza con otras luces, verdes o azules, una fulguración que convoca al desprevenido. Chicas van y vienen, sus pantalones blancos ajustados al cuerpo andan a la pesca. Eventualmente, los hombres bailan.

Las plumas del hada Belinda rodaban por el suelo de la pasarela negra. Un ogro, entretenido, sentado en una mesa redonda con un veladorcito, de un fajo de billetes de dólares sacaba de a uno y se lo enrollaba en el hilo fino de la tanga. Billetes sucios y arrugados, como una pasa de uva, como el ogro al despertar. El hada Belinda se trepó por el caño y llegó hasta arriba de todo. Se deslizó serpenteante, flexible, parecía un junco, el viento lo dobla pero no lo rompe, por el hueco de la cintura el caño estaba duro y frío. El ogro la llamó aparte. Al hada Belinda le pareció una oportunidad y un sacrilegio. El ogro sacó una tarjeta de la solapa interior del saco y el hada Belinda se asustó en un acto reflejo. Se cubrió el pecho descubierto con las manos y las venas azules se tensaron a la luz del neón.

―Qué lindo pelo ―dijo el ogro―, me hace acordar a la lavanda. En el pueblo de mis padres, la lavanda es sagrada, crece hasta en el cementerio.

Para alcanzar su sueño consiguió un trabajo temporario como stripper. De noche necesitaba todas las luces. Durante el día dormía, recalentaba comida y postergaba los paseos por las calles empedradas, angostas, europeas del barrio. La tarjeta decía: “Palermo Baila” y un número de teléfono con característica de la Ciudad. Llamó, dijo que llamaba de parte del ogro, era un amigo o un conocido, era lo mismo, no supo decir un nombre.

Se presentó en el piso de Palermo Baila vestida con el ombligo afuera, el pelo planchado, botas altas hasta la rodilla y la ilusión intacta. El primer centauro la recibió como si la hubiera estado esperando. La llevó a una oficina en el cuarto piso. El segundo centauro tenía un traje azul con volados y le dio un contrato de una sola página. Levantó una pata enguantada y le mostró dónde tenía que firmar. El hada Belinda firmó con una lapicera que le alcanzó un tercer centauro de sombrero y zapatos de tap. Uno de los centauros, el de pelaje bermejo, le preguntó:

―¿Cuál es tu sueño?

El sueño del hada Belinda se confundía con la realidad. Cuando se miraba al espejo del otro lado veía la ilusión, un doble que firmaba contratos y perdía plumas en el escenario. ¿Cómo era posible que no distinguiera la ficción de la realidad? Su sueño se deformaba, en sombras envueltas en halo que rodeaban las cosas, y la realidad cobró una dimensión nueva. Un pisapapel de diente de león impedía que el contrato se volara con el viento. Los centauros eran tres, pero parecían muchos más, porque hablaban entre ellos mientras tomaban agua mineral de un vasito plástico. Las voces se multiplicaron. Entró una chica de auriculares por la puerta y le dejó un papelito al centauro bermejo. Cómplice de los centauros, sonrió y se fue.

Crazy Castor, ubicado en la esquina de Uriarte y Nicaragua, debe plata al Estado. Todas sus empleadas están en negro, menos los patovicas, es un rubro pesado gremialmente, y pueden causar mucho daño como organización sindical a una empresa dedicada a trabajar a espaldas del control fiscal. Los dueños son incapaces de presentar un documento actualizado que habilite los sanitarios de Crazy Castor. Facturas de servicios de luz y gas se acumulan en depósitos polvorientos. La realidad tiene pliegues, bordes rugosos, más cerca de su corteza esperan espinas, solo la conocen los locos.

Agosto 2021

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