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sábado, mayo 18, 2024

Dibujos animados y el absurdo

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Paranaländer, que hizo “terapia” con Groddeck, cada vez es más infantil, hasta el punto de sospecha que las sorprendentes obras de arte del absurdo son (casi) mero plagio de dibujos animados de toda la vida.

 

Por: Paranaländer.

 

Chuck Jones (1912-202), tomando un texto de Mark Twain, en 1949 patenta al Correcaminos, roadrunner en inglés (solo suelta un sempiterno bip bip), nombre científico Geococcyx californianus, perseguido por el Coyote hambriento, (Canis latrans), otro yo incansable en su afán a pesar del constante fracaso.

Será luego parte del merchandising, en la época de los muscle cars, 60’s, cuando los modelos de autos roadrunner signifiquen la gloria.

Luis Buñuel (1900-1983) supone, con su “Ángel exterminador” (1962) y “El discreto encanto de la burguesía” (1972), meras surrealistas derivas del Léon Bloy (1846-1917) de “Los cautivos de Longjumeau” (1894), que ponen en juego el mismo esquema de este dibujo animado.

La idea de fondo es: No pueden salir de Longjumeau (Bloy), del salón de la alta sociedad (Ángel), lograr cenar (Discreto encanto), o atrapar al Correcaminos, nunca o casi nunca. Es decir, la imposibilidad de actos que normalmente no suelen oponer resistencia o eventualidades inoportunas.

Podemos seguir añadiendo otras obras en la misma línea de la estética absurda o existencialista:  Gato Silvestre y Piolín, creación de Fritz Freleng (1906-1995), de 1945, primera aparición 1939.

Mi intención malévola aquí hoy es reducir obras de supuesta vanguardia inatacable en su aura a especies pop masivas e inadvertidas.

Infantilizar la vanguardia, y, al mismo tiempo, elevar a la categoría solemne de la filosofía del absurdo a los productos de los inicios de la televisión.

Quizá mi jugada quede amortiguada y abortada por la serie de publicaciones que han popularizado pasar por el filtro de la filosofía temáticas de lo más variopintos y alejados a priori de tales elevaciones: esas tituladas, Beatles y la filosofía, Batman y la filosofía, etc.

Pero como ya me he lanzado, sigo por mi idea primigenia: buñuelizar al Correcaminos, aunar animación y cine arte.

Imagínate, Raymond Durgnat resume así la symploké de “Ángel exterminador”: “Huis-clos” (1944) de Sartre, “El señor de las moscas” (1954) de Golding, Conversación gentil e ingeniosa (1738) de Swift y, finalmente, “Hellzapoppin” (1941).

Sin embargo, hay una gran diferencia en la imposibilidad animada de Correcaminos y la absurdista de Buñuel: en este último ese atoramiento del flujo rutinario de la vida termina por ceder y el hechizo, que lo había iniciado, se rompe. Lo fatídico realmente, la imposibilidad auténtica, lo encontramos hasta el final en Correcaminos, nunca será atrapado (sorry por el spoiler metafísico) por el coyote.

Haciendo una lectura infanto-juvenil-filosófica, podrimos postular que la técnica jamás domeñara totalmente a la naturaleza. ¡Insólito salto -o entrada intempestiva- heideggeriano en la televisión!

Dibujo animado fatídico, fatalista, y obra de vanguardia apenas dramática, pues el pa’a aquí se quiebra y lo imposible acaba. No es un final feliz, claro, pero la distensión tiene tal alcance que podríamos hablar casi de una liberación.

Buñuel al final mete en una suerte de terapia o juego del hambre a sus personajes, los abandona en un experimento sádico, una prueba extrema, una competencia o challenge absurda, para enseñarles (y a nosotros) alguna moraleja inútil. Mientras, Correcaminos y Piolín nunca serán atrapados o comidos por sus dobles agresivos.

 

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