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miércoles, mayo 8, 2024

Dios no tiene potencia. Parte 2

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San Anselmo muestra una puerta para ingresar en la esencia de Dios, y desde ahí derivar, necesariamente su existencia: el operador de necesidad es la manera que tiene la razón de sacralizar una conclusión. Por: César Zapata

Claro que Dios no tiene potencia alguna, pues es puro acto, acción presente, ausencia de tiempo, de ese tiempo que a nosotros, pobres mortales bípedos, nos gobierna y nos arroja al escenario del mundo con el nebuloso propósito de intentar tejer un sentido, improvisar un camino o, en otras palabras: vivir. No, por supuesto que no, Dios no es así como nosotros.

Pero, díganme ustedes, ¿se podrá demostrar la existencia de Dios, al modo de una ciencia exacta o a través de un razonamiento filosófico? Dicho en otras palabras, el ser humano a través de su pensamiento en  formato de razón, ¿puede demostrar la existencia de Dios?

La verdad es que sí puede, de hecho la razón es experta en cazar absolutos, un ejemplo inmejorable son los números, que interpretan la realidad como de suyo cuantificable, ellos nos muestran la posibilidad de un infinito virtual, la distancia entre el dos y el tres es potencialmente tan infinita como la distancia entre el tres y el cuatro y así sucede con todos los números, que por lo demás poseen una arquitectura tal, que como cuerpo pueden cuantificar hasta el infinito, dicho de otro modo, en las matemáticas opera silenciosamente un espía metafísico, cuya identificación es el absoluto, disfrazado de infinito.

Claro que sí, se puede demostrar la existencia de Dios a través de la razón, en eso no hay problema, el problema es otro, pero eso es tema para otro escrito.

San Anselmo, y en esto casi seguimos la lectura de Giannini[1], muestra una puerta para ingresar en la esencia de Dios, y desde ahí derivar, necesariamente su existencia: el operador de necesidad es la manera que tiene la razón de sacralizar una conclusión.

El insensato de Anselmo es invitado a pensar a Dios como aquello de lo cual nada mayor puede ser pensado (quo maius cogitari nequit), se trata de un ejercicio fronterizo potente.

Señor lector piense en algo de lo cual ya no se puede pensar nada mayor, convoque a su imaginación con todos sus portentos, con toda su voluptuosidad y vaya al límite, viaje a la frontera, vaya al encuentro de una presencia respecto de la cual ya nada mayor puede ser pensado, no se trata de cualquier criatura creada por la imaginación, por eso la disputa de Gaunilo de Marmoutiers[2], está, en cierto sentido, equivocada, no es la caperucita roja o un unicornio o unas islas imaginarias, es, nada más y nada menos que el punto culmine del pensamiento.

Pensar algo respecto de lo cual nada mayor puede ser pensado es un máximo esfuerzo de la razón. La interpelación al insensato se constituye como un desafío de pensar un ser perfecto con las cualidades máximas, tan máximas que después de ellas no existe nada (más) superior, pues respecto de ese ser, nada mayor puede ser pensado.

Si usted se atreve a hacer este experimento, claro que puede pasar de ser ateo a ser creyente, si y solo si, usted no fue perezoso y llegó al límite, cosa que no es fácil, entonces necesariamente tiene que aceptar que pensó en una presencia tan excelsa, tan perfecta que contiene todas las cualidades, incluyendo la máxima de todas: existir.

El argumento de Anselmo, no puede ser criticado al modo como Kant criticó el de Descartes[3], señalando que desde la esencia o definición de Dios no es legítimo derivar su existencia. En el obispo no hay una definición de Dios, sino que una invitación al pensante para que haga una distinción entre el mayor de los pensamientos y todo lo demás. De ahí, que se pueda especular que esta prueba tiene un peso existencial, pues es el individuo quién tiene que llegar a través de su máximo esfuerzo a algo de lo cual nada mayor pueda ser pensado. Y, si así lo hiciera, entonces se daría cuenta de que a esa presencia no le queda otra posibilidad que existir.

Cuando escribí la primera parte de este ensayo me llegaron dos retornos, uno de ellos de teólogo y filósofo Eduardo Sánchez, señalándome que la figura del insensato está retratada en la biblia, y que es ese el personaje al que echa mano Anselmo: “Dice el insensato en su corazón: no hay Dios” (salmos 14.1, 53:1) Por otra parte y en relación con lo mismo, Étienne Gilson, en su libro: La filosofía en la edad media[4], señala que el primer libro de Anselmo: Monologión, en donde esboza su demostración de la existencia de Dios, fue escrito a petición de los monjes de Beq: “…que querían un modelo de meditación sobre la existencia y esencia de Dios”. Por último, la otra resonancia vino de parte de mi colega el filósofo Alipio Domínguez, quien me recuerda el lugar protagónico de la disputas en la edad media.

Todo, lo anterior, debilita mi suposición expuesta en la primera parte de este ensayo, de que probablemente Anselmo dirija su argumento a sí mismo como un intento de alumbrar desde su razón la inocencia intuitiva de su fe, que a momentos podría volverse huidiza. No obstante, sigo pensando que es una probabilidad, el espíritu del humano que filosofa es siempre una complejidad y una constante lucha consigo mismo.

Referencias

[1]      Giannini Humberto. Desde las palabras. Ediciones nueva universidad. Santiago de Chile. 1981. Giannini aparte de un filósofo de interesante producción, también fue un brillante profesor de filosofía medieval.

[2]      Monje benedictino nacido alrededor del 990 y fallecido en 1083 ,conocido por refutar el argumento de Anselmo, con su parodia de las Islas afortunadas.

[3]      En su Crítica a la razón pura, “Dialéctica Trascendental.”

[4]      Editorial Gredos. Madrid 1965

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