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jueves, mayo 16, 2024

El bosque – Fin

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¿Hasta cuándo seguirá esta sensación de inconformidad, de ligera incomodidad, de que ningún lugar me es propio, o de que en todos lados soy ajeno? Por: Derian Passaglia

Estoy escribiendo ahora en la pieza y en la cama donde viví hasta los dieciocho años, en casa de mamá, en la zona sur de Rosario, barrio Irigoyen. Yo soy de acá y vuelvo en cada vacaciones. A esto, Fabián Casas, lo llama el viaje del Salmón: un viaje a contracorriente. Oso, el perro de mamá, me viene a saludar, o a pedir algo, llorando. Dice mamá que es muy maricón, porque anda siempre llorando. Pobre, no la pasó bien en la calle, le quedaron algunos traumas y una pata mocha. Ladran los perros afuera en un mediodía soleado de invierno en el confín de Rosario. Todo lo que pasa es por algo y si no es por algo es porque uno le encuentra sentido. Para mí el sentido pasa por leer, escribir, jugar a la pelota, estar con mi familia y amigos. Leo solamente lo que me emociona, escribo solamente lo que siento. Si un libro no me mueve un pelo, a las dos o tres páginas lo abandono. A algunos les doy una chance. Los espero. Cuarenta, cincuenta, cien páginas. El amigo imaginario de Hudson le sigue hablando al oído:

-Hasta que seas llamado para seguirlo a ese “mundo de luz” o quizás de tinieblas y olvido, eres inmortal. Piensa en hoy, entonces, apartando humildemente la rebelión y desaliento que corroe tu vida, y volverás a ser como antes; conocerás nuevamente la paz que supera todo entendimiento, la vieja e inefable complacencia en los espectáculos y los sonidos de la tierra. Las cosas comunes te parecerán extrañas y hermosas. Escucha al chiff-chaff repitiendo el llamado familiar e inmutable y el mensaje de la primavera. ¿Sabes que este frágil pajarito, con sus alas cortas y débiles, ha regresado desde inmensa distancia, atravesando dos continentes, a través de montañas y desiertos ilimitados, y peor que todo, ese desierto gris y salado del mar?

La sombra de un gato en la medianera sobre las baldosas del fondo. Se queda parado en una punta del techo vecino para que lo mire. Nos miramos un segundo, dos, y se va. Si supiera sobre aves, podría dar el nombre de estas cuatro que vuelan en círculos por el cielo y pasan gritando. Son más grandes que un pájaro promedio. Gritan y gritan. El amigo imaginario de Hudson le está dando un mensaje: que viva el presente, que no se preocupe más que por el hoy. El instante, lo que pasa. No hay más que eso. ¿Para qué insistir con el futuro si después todo sale al revés? ¿Por qué machacarse con los errores del pasado si igual estamos condenados a repetirlos? El amigo imaginario le sigue hablando en la laguna, le sigue hablando sobre el chiff-chaff, como si fuera una metáfora de la vida, mientras se escucha un megáfono que viene de la calle, alguien pasa vendiendo fuentones, palanganas y baldes, los tres juntos por mil pesos:

-Los vientos del norte y noreste, la nieve y las heladas lo asaltaron cuando, cansado por su larga jornada, se acercaba a la meta, y lo rechazaron, débil y helado hasta su pequeño corazón ansioso, de tal modo que apenas podía evitar el caer en las frías olas saladas. Pero no bien llega aquí, a la antigua patria y cuna de su raza, comienza a cantar en alta voz el gozo desbordante de su resurrección, llamando a la tierra para que se recubra de sus vestiduras vivientes, para regocijarse una vez más con la vieja e inmortal alegría -ese pequeño clarín te enseñará algo. Que tu razón te sirva como las facultades inferiores han servido a este pequeño y valiente viajero de una tierra lejana.

Los pájaros que vi gritando, peleándose en el cielo bajo, me dijo Laura, la ornitóloga oficial de este libro, eran teros. Y también me explicó que los teros son muy territoriales y que pueden atacar si flashean amenaza. Está nublado. Hoy no hay teros. ¿Hasta cuándo seguirá esta sensación de inconformidad, de ligera incomodidad, de que ningún lugar me es propio, o de que en todos lados soy ajeno? Estar en esta casa es temporal, me quedo hasta el miércoles. Pero cuando vuelva allá, a mi departamento de Barracas, también la estadía va a ser temporal, porque el contrato del alquiler caduca, se vence en un par de años. Quizá la vieja que me alquila me renueva esta agonía y extiende el contrato un par de años. Felices los propietarios. Podría decirme, como un lugar común:

-Mi lugar, mi único lugar son estas páginas. Acá me siento seguro y bien. Acá soy feliz. No tengo más que abrir este cuaderno y ponerme a escribir, escribir cualquier cosa, lo que salga, para sentir que mi lugar en el mundo es la literatura. Eso me genera un conflicto, porque afuera está la realidad, afuera de estas páginas hay que vivir, y hay que despertarse a las 6:15 am para ir a trabajar, y remontar Tacuarí con la bici y el frío en el cogote, y hay que lavar la ropa y los platos, y cocinar y cambiarle las piedras al Loco, y yo lo único que quiero es sentir la estabilidad y la armonía que me da la lectura y la escritura, y para eso, ¿qué debería pasar? La literatura y la realidad deberían ser una sola, así ya no tengo que pagar más ningún alquiler, ni sufrir separaciones, ni andar enroscado pensando en una mina todo el día, ni fumarme el monólogo de la de Cívica en la sala de profes, o sí, pero ya sería otra cosa, porque la literatura (mi bosque personal) y la vida (esto que está acá afuera del libro) se convertirían en una cosa nueva, en algo que todavía no existe, y que tengo que descubrir qué es para vivir ahí, para vivir por siempre ahí, es decir, acá.

Hudson está enojado con los consejos de su amigo imaginario. ¡Cuán vano, se dice, cuán falso es! ¿No hay salida, se pregunta, de esta intolerable tristeza, del recuerdo de las primaveras que han sido, la vida hermosa y abundante que ha desaparecido? Y se responde solo que es La Naturaleza misma, así con mayúsculas, la que curará las heridas que ella misma le causó al arrebatarle sus amigos queridos con la muerte. Cuando Hudson habla de la Naturaleza siento como si hablara de la Literatura, porque es ella la que también nos somete a la soledad. ¿Nos hiere de la misma forma y al mismo tiempo que nos cura? Quizá esos amigos muertos, dice Hudson, están en un mundo luminoso, esperando nuestra llegada, pero no podemos imaginarlos en ese estado, porque fueron personas, criaturas de carne y hueso, y de lo contrario no los hubiésemos amado.

Es otro día en el planeta Tierra. Se escucha la voz del vecino, el Daniel, que es también primo de mamá:

-Pipi, vení, tomá.

Y después, silbando:

-Pipi, ¿dónde estás?

Hudson hace que me pregunte cosas. Por ejemplo:

-¿Qué es lo que realmente querés?

O como ese verso de Carver:

-¿Conseguiste realmente lo que querías en esta vida?

Me contesto, solo, en un monólogo, que todas estas preguntas no tienen ningún sentido pero que está bien hacerlas. Necesito cosas prácticas, verdaderas. Más tiempo libre, más partidos de fútbol entre semana, más plata, que mamá se mude de este barrio. ¿Entonces es como si solo me faltaran cosas? Y supongamos que todas estas cosas se cumplan, ¿se terminarían mis problemas de nene consentido de clase media, media baja? No, seguro habría otros, y después otros.

Hudson cita a poetas y a apóstoles y más poetas y filósofos para combatir la idea errónea de que la felicidad terrenal llega de otro lado, de alguna región fuera del planeta, pero no desarrolla de dónde llega la felicidad, ni cómo se la encuentra, y entonces deja lugar al lector para que imagine que si no viene de afuera, si no hay que esperara nada de lo que entrega o recibimos del mundo, hay que partir del interior. Como si fuera una religión antigua lo que descubre, o como si hubiera pasado horas deslizando reels de influencers, la felicidad no se encuentra en la laguna, ni en las estrellas, ni en la Naturaleza ni en la Literatura, ni en la chica de turno que nos gusta. Y así, cuando nos damos cuenta de esta gran verdad, es como cuando las nubes de tormenta se dispersan y el sol vuelve a brillar, escribe Hudson, el cielo y la tierra se llenan de una luz purísima, bella y maravillosa, y gracias a lo que hemos perdido, a la antigua pena ante su partida, el mundo visible es iluminado con una nueva luz, una ternura y gracia y belleza que no le pertenecen.

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