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sábado, noviembre 23, 2024

Sobre Gozu, de Takashi Miike

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Derian Passaglia escribe sobre la película «Gozu» (2003) del director japonés Takashi Miike, una obra «caótica y demente» en la que se encuentran influencias de David Lynch y Quentin Tarantino.

Por: Derian Passaglia

La primera impresión que se tiene al terminar una película de Takashi Miike es que el director está loco. Miike es uno de los mejores directores de cine japonés de la actualidad. Es muy prolífico, entre 1990 y 2019, fecha de su última película, dirigió más de ochenta. De hecho, solo entre los años 2001 y 2002 dirigió quince. De esa época provienen grandes obras maestras como Audition (1999), Bizita Q (2001) o Ichi the killer (2001). Takashi Miike no solo mezcla géneros en sus películas, que pasan del policial al terror con una liviandad envidiable, sino que no le hace asco a ningún género en particular, y es capaz de filmar acción, drama, gore, musical, thriller, comedia, fantástico o ciencia ficción sin despeinarse. De la que quiero hablar es de Gozu (2003), a la que llegué porque la recomendó César Aira, el mejor escritor argentino vivo.

Lleva tiempo asimilar lo que se ve, no parece fácil. Gozu es un viaje lisérgico y retorcido por la mente de Takashi Miike. Como un David Lynch desatado, posmo y diabólico, el director japonés pone al protagonista a vivir las situaciones más absurdas e inexplicables. La película empieza con la muerte de un caniche a manos de un integrante de la mafia japonesa, que está en medio de una crisis paranoica y piensa que todos son espías, desde un caniche hasta un auto. El protagonista tiene que conducir a este integrante, Ozaki, a un lugar que ya no se sabe cuál es pero no importa, porque en el medio lo mata sin querer. Con el cadáver en el auto, el personaje principal llega a un bar atendido por un señor que viste con corpiño; cuando sale, el cadáver ya no está. En ese momento empieza el descenso a la locura, y a medida que transcurre la película se encuentra con personajes rarísimos, uno más raro que el otro.

Si la influencia de Lynch se siente en el surrealismo de las imágenes que desconciertan, la de Tarantino se ve en el humor negro de cada escena. Nada parece tener explicación en el mundo de Gozu, pero eso no le impide avanzar por caminos cada vez más impensados. El protagonista se cruza con un personaje que tiene la cara blanca y que lo lleva a un hotel atendido por una señora y su hermano. La señora llena vasos de leche con las tetas y golpea al hermano con un palo para invocar espíritus. A todo esto, Ozaki vuelve aparecer en escena, pero interpretado por una actriz femenina. La película parece el producto de una mente enferma que tiene la intención de enfermar a quien la ve. Caótica y demente, exige un espectador que no juzgue ni pregunte las causas, porque en Gozu no las hay: todo pasa porque sí y ese es el único sentido que se debe buscar.

La película se puede ver sin costo aquí: https://zoowoman.website/wp/movies/gozu/

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