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domingo, noviembre 24, 2024

El realismo mágico según César Aira

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Derian Passaglia escribe Diccionario de autores latinoamericanos, un libro de César Aira donde se consignan entradas biográficas de diferentes escritores, y donde lejos de la neutralidad el autor realiza valoraciones sobre cada uno de ellos.

Cuando andaba en pleno descubrimiento de la literatura, en la adolescencia, me encantaba entrar a una página que nunca actualizó su diseño, y permanece inalterable en el tiempo instantáneo de internet, con su fondo gris y su apariencia de museo. Pasaba horas sentado recorriendo El Poder de la Palabra, así se llama, leyendo biografías de escritores, paseando por los países y los premios de todo el mundo, mirando las fotos, chusmeando las obras. Ese fue mi pre Wikipedia, mi Enciclopedia Britannica borgeana. Hay una foto que encontré en el verano, cuando volví a casa de mi mamá y me puse a revolver cajas: estoy en mi pieza, en pijama, los cachetes inflados y granos, el pelo sucio, abrazando a la computadora que está prendida y en la que se ve la página El poder de la palabra y la biografía de Eugene Ionesco.

Hace poco me pasaron por Whatsapp el libro Diccionario de autores latinoamericanos (Emecé, 2001) de César Aira. El libro, de más de seiscientas páginas, no es más que eso: entradas de escritores latinoamericanos ordenados alfabéticamente. Cada biografía, según la importancia de cada escritor, no ocupa más que media página, y aparenta dos elementos que en realidad no tiene: exhaustividad y objetividad. Estos dos elementos que le faltan al diccionario en realidad son sus virtudes.

Por debajo de esa prosa informativa, que a Aira tanto encanto le produce a la hora de narrar, están las opiniones del propio escritor. Según parece Aira estuvo un año entero encerrado en la biblioteca leyendo todos los autores que aparecen en el Diccionario (¿es cierto, leyó todos?), que fue un encargo editorial. Mito o realidad, el dato sirve a la construcción de la figura del propio Aira como un escritor erudito (justamente él, que fue acusado por Pigla de “nerd”), enciclopédico, archivista, punto de contacto con Borges; le sirve también para desmitificar la sentencia maliciosa del propio Piglia.

El Diccionario se puede leer por cualquier lado, como Rayuela. Yo hice mi propio recorrido. ¿Qué pensará Aira del realismo mágico?, me dije, más allá de las declaraciones que pueda haber hecho a algún periodista siempre a la pesca del título amarillista. Los recorridos son múltiples, y dependen de la inventiva de cada lector. Se podría buscar, por ejemplo, cómo ve Aira a la literatura chilena buscando los escritores que compiló, o dónde fecha su comienzo y hasta dónde llega la literatura latinoamericana, cuáles son las ausencias y cuáles aquellos a los que dedica más espacio.

De García Márquez, la máxima figura del realismo mágico, dice que es un “colosal éxito de crítica y ventas”. Señala, entre comillas, su “‘latinoamericanismo’ programático”, como la marca que encontró Márquez para vender sus productos literarios. De otro Nobel del realismo mágico, el peruano Vargas Llosa, afirma que “es uno de los más exitosos novelistas del mundo contemporáneo”, anteponiendo el éxito a cualquier otra valoración literaria. En menos de una oración desarma su estructura narrativa: “[En La ciudad y los perros] luce ya la técnica, que luego el autor perfeccionaría, de una narración en varios planos simultáneos, formando un puzzle a cuyo desciframiento el lector no tarda en habituarse; pero es preciso aclarar que una vez rearmados esos elementos, la narrativa de Vargas Llosa es estrictamente realista”. Como García Márquez, Vargas Llosa no es más que un escritor ingenioso, un puro técnico que no experimenta con las formas sino que apenas las desordena.

A Cortázar le dedica casi una página y media. Parecen gustarle sus primeros cuentos, en especial su primer libro, Bestiario (1951), del que dice que vuelve a repetir con otros temas en sus cuentos de madurez. Califica su militancia política de “izquierdismo romántico ejercido con ardor y lealtad adolescentes”. Para Aira, Cortázar nunca maduró. De manera subrepticia y sutil, lo llama mediocre: “Con sus altos y sus bajos (nunca llegan a los extremos de lo uno o lo otro)…”

De Carlos Fuentes asegura que es “uno de los más leídos y celebrados” de latinoamérica. Leídas a día de hoy, las experimentaciones con el tiempo y las personas gramaticales de los escritores del boom parecen ingenuas; las multiplicaciones de planos, los “puzzles”, las distintas formas de quebrar la cronología -esfuerzos que se notan-, Aira las califica como “densas” en la entrada del escritor mexicano. Rescata una novela, que curiosamente tiene el mismo título que una de sus mejores obras, Cumpleaños (1969), y que elogia con un “indiscutible encanto borgeano”.

Roa Bastos, la máxima figura del escritor en Paraguay,  es de un “denso barroquismo”, aunque habla bien de Yo, el Supremo (1974) por encima de otras novelas de la época: “una de las pocas realmente buenas de las incluidas en el ‘boom’ de la novela latinoamericana”, que lleva a su culminación el género “novela de dictador”.

“Escritura, ensoñación y fracaso”, tres características que da de Onetti. Quizá el autor del realismo mágico que le gusta de verdad, ya que dice que es “magistral” tanto en sus cuentos como en sus novelas. De los autores del realismo mágico que compila, precisamente Onetti es el más denso y de prosa envejecida, un Saer rioplatense igual de pretencioso.

Antes que escritor, al chileno José Donoso lo califica como “profesor”, título que también le dio a Piglia cuando lo llamó nerd. Dice que demuestra un “límpido oficio”, pero se nota su desprecio cuando afirma que sus estructuras narrativas son “acertijos sociales”.

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