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domingo, noviembre 24, 2024

Escritura y sanación

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«En la autoficción o literatura del yo el nombre propio es la garantía de veracidad, lo que funciona como el verosímil del relato: lo que se cuenta se supone que es verdad porque lo está diciendo, en primera persona, quien lo sufrió». Por: Derian Passagalia

La consolidación de la individualidad en el mundo moderno trajo otra pandemia de barbijos rosas o picudos. Todo es selfie en el espejo del baño, narcisismo y autopromoción en las primeras dos décadas del siglo XXI. En literatura, esto se reflejó en que, durante los últimos quince o veinte años, hubo un auge explosivo del género de la autoficción: los escritores, las escritoras, escriben sobre sí mismos, sobre sus traumas, su infancia, sus problemas de clase media alta.

Así las cosas, en la autoficción o literatura del yo el nombre propio es la garantía de veracidad, lo que funciona como el verosímil del relato: lo que se cuenta se supone que es verdad porque lo está diciendo, en primera persona, quien lo sufrió. No hay ningún espacio para la imaginación, la literatura así pensada no representa la realidad, como en el realismo clásico, sino que trata de volverse la realidad misma, libre de mediaciones. Si lo que se escribe es la realidad, si no hay ninguna distancia entre lo que se escribe y lo real, para estos escritores la literatura no existe.

Detrás de todo este mecanismo literario, que se repite libro a libro, hay una intención aristotélica, porque se trata de buscar la identificación con el lector, un lector que también él es una persona común y corriente, suponen, de clase media alta, con problemas de clase media alta. Más que literatura del yo o autoficción, este tipo de relatos debería llamarse literatura de clase, es decir, dirigido a un determinado público con determinados intereses económicos, políticos, sociales e ideológicos.

La lógica aristotélica no termina ahí. Después de la identificación viene la intención última de los escritores del yo, que buscan la catarsis del lector. Así se produce el llanto al leer estos libros, la emoción, por un efecto de manipulación, como si los escritores del yo le señalaran al lector: “bueno, ahora acá tenés que llorar”. Y después del llanto llega la anagnórisis, el reconocimiento y la sanación. El escritor, la escritora, aprende algo de sí mismo en su relato donde muere algún familiar, se separa o tiene un hijo, y esa experiencia supuestamente se traslada al lector, que cierra el libro con una sensación de elevación espiritual que nunca podrá sentir el resto de los mortales.

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