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jueves, marzo 6, 2025

El Mariscal del Banco

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Paranaländer ensaya un cuento ucrónico sobre el retrato perdido del Mariscal obra de Andrés Guevara (1904-1963), encargo de Epifanio Méndez para su despacho del Banco Central

Solo me he entregado a estas páginas emborroneadas a la velocidad inmisericorde del recuerdo falaz, infiel, para intentar traer luz sobre uno de los enigmas del arte nativo contemporáneo: la génesis y ulterior desaparición de un cuadro deslumbrante,  encargo de uno de los políticos más prometedores de entonces, mecenas y amigo del pintor y autor de la obra: Andrés.

Me crucé con el paraguayo fabuloso en la redacción de La Tribuna,  donde fui convocada para una entrevista por Ramiro, un poco antes de Arte Nuevo y el golpe de mayo del 54, fumando y conversando a los gritos con su pandilla conformada por José María y Fa-Re. Como iba saliendo a las apuradas hacia alguna clase a esa hora seguramente ya comenzada, le dije que pasaba x su hotel más tarde para que me mostrara el enigmático cuadro en que estaba trabajando y del que todo Asunción chismoseaba.

“Será un placer, querida Olga, recibirte,  pero no me bolees, como siempre,  que viajo el fin de semana a Río de Janeiro, quizá ya no nos veamos más,  nos quedarán solo las cartas, ese París callado”.

Caminé a la tardecita de un febrero bochornoso desde Asociación Cristiana de Jóvenes (es decir, desde EE.UU, entonces llamada Del Hospital) hasta el Asunción Palace Hotel (la ex residencia o palacete del hijo de Don Carlos,  sobre la calle  Colón como hoy aún se llama desde los 40).

Tomamos unos drinks en el bar-restaurant americano de la planta baja antes de subir a su suite con private bath y aromatizado de porro y ambay. Por supuesto, mientras charlamos sobre los fantasmas del lugar, sobre Venancio muerto en Chirigüelo, sobre Ercilia que escribió Don Inca y siempre quiso ilustrar Andrés,  incluso sobre el joven y vivito, además de genial dibujante de cómics de Columba, Francisco Solano que era a su vez admirador de los dibujantes de Crítica,  sobre todo de Andrés…En suma, allí recién caí en la cuenta de que el hotel elegido por el pintor aporteñado transpiraba lopismo hasta en sus menos voraces kupi’i.

Fumamos La V negros sin filtros en el corredor antes de casi forzarlo a irrumpir en la rectangular suite con balcón sobre la calle pletórica a esa hora de la virgen noche de aromas de jazmín de Arabia y voces joparaizadas.

Hojeó las revistas que tenía entre mis carpetas (Panorama y Cultura), curioso como siempre. “Ese Dodge no es igual al de tu adorado marido?”, soltó por fin con su ínclita ironía envalentonada por el temprano aperitivo (Martini Seager’s).

Simulé no oírle por el barullo pesadillesco que metía el aire acondicionado. El aprovechó y puso un disco marca perrito: Samuel Aguayo cantando Noches del Paraguay.

Saqué mis anteojos de óptica Charpentier que nunca usaba,  elogié como buena ama de casa moderna las lavadoras Bandix,  le recomendé para el mate mañanero la yerba Cerro Torin…Tecleé “Pintar en forma joven permanentemente” en su Smith Premier. El cuadro del Mariscal seguía velado. Empezó el monólogo de esa larga noche confesando sus aprensiones,  escrúpulos,  cábalas,  como pintor supersticioso que era. Nunca mostraba un cuadro antes de la pincelada final. Epifanio, contó, era muy exigente a pesar de la amistad y su espaldarazo consuetudinario al arte parawayensis. No podía correr el riesgo de que cayera algún haru sobre su obra maestra. Le interrogué sobre el Mariscal, su visión sobre el mito redivivo.

Definió poéticamente al Mariscal como al Golem guaraní. “Como muy bien tú sabrás, madame S., el Golem es creado a partir de las letras del alfabeto hebreo. Las 10 sefirot y las 22 letras del alfabeto hebreo son los elementos primordiales de la creación. Ídem,  el Mariscal es construido, como todo mito, con palabras y narraciones. Epifanio es un auténtico,  como se diría hoy, soberanista anti globalista,  profundamente anticolonialista”, añadió perfilando al gran hombre del Banco Central del Paraguay. “ Y símbolo de esos postulados era el Mariscal”. Por eso quería tenerlo todos los días en su despacho, como un genio protector, un anga apotropaico.

Sacó en ese momento de su valija dos botellas, una grapa de san Telmo (que bebe el proletariado cocoliche  en esa zona de Bayres) y una caña paraguaya.

Crucé las piernas -en la otomana color uruku- que quizá Salomón haya cantado en El cantar de los cantares, o el Lobo trazado en sus penumbrosas postales asuncenas.

En ese justo salto temporal donde viboreó un leve resplandor erotico cayó como el pytū yma de las alas del urukure’a sobre el room alquilado hasta el domingo por el pintor y dibujante paraguayo residente habitual de Bayres o Río, el apagón de ANDE.

Oscuridad de monte profundo que duraría toda la noche que pasamos en vela, él monologando como un amante de potencialidades tántricas, yo todo oídos,  escucha, recepción, gozo..

La cronología se me mezcla ahora: ya no se bien si esa larga noche oscura fue en la noche del golpe de estado de mayo del 54 o solo durante un endémico apagón veraniego.

Recuerdo de su laberíntico monólogo de Finnegans wake, definiciones maravillosas del arte de pintar. Por ejemplo, ésta: que el verdadero pintor pinta parado en medio de las tinieblas, de igual densidad como las tinieblas del cuarto del hotel.Pues no precisa de los ojos, como un ajedrecista, apenas del saber hacer de sus manos o de la eutaxia de sus gestos. Otra: que pintar es como un golpe de dados mallarmeano que no abolirá nunca el azar, es decir, que la pintura jamás negará la realidad,  al revés,  la sobredimensionará, la hará más rotunda y específicamente bella.

Hoy recuerdo que la noche en vela y en tinieblas se prolongó hasta el alba,  a base de palabras y pequeñas y frecuentes paradas en el cuello de las dos botellas brotadas de la valija carioca.

Cuando la luz de la ciudad penetró el room del pintor visitante,  éste roncaba desnudo como un destartalado y breaking Dodge. Las malas lenguas encuentran parecido entre el pintor y aquel kurupi que realicé para ilustrar un libro de mitos locales. Desvelé el cuadro en otro resplandor erótico o polución posnocturna,  y luego bajé.  En la mesa de entrada una mujer me interpeló y terminó cobrándome una noche de estadía pues la ley del hotel jamás permitiría que se le rebajara a motel por horas (de amor o descanso).

Sí, el cuadro o retrato del Mariscal parecía un Golem ava, construido y amasado con fragmentos y grandes parches no de letras sino de jahe’o,  mborahéi,  chapukái…

Protegiendo con su payé el guazu corá de la patria parawayensis del acoso sin fin del águila yankee,  el catatau rapaiz y el chingolo kurepa.

El espejo cóncavo de la mirada del pintor desnudaba la vida interior del héroe haciendo sentir en la piel del espectador  “el paraguayismo circulatorio de sus venas”.

 

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