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sábado, mayo 11, 2024

La novela del escritor sin libros

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Paranaländer va en busca del verdadero rostro del enigmático editor italiano Bobi Bazlen aupado en El estadio de Wimbledon (1986), novela de aprendizaje de Daniele Del Giudice (1949).
“Ya no se pueden escribir libros,
solo notas a pie de página”

El pasado jueves 29 de julio Roberto Calasso publicó sus dos últimos libros (uno de memorias y el otro, “Bobi”, homenaje al mítico gurú de Einaudi y Adelphi), mismo día en que moría. Aprovechando tal contingencia rememorante, voy a comentar al enigmático Roberto “Bobi” Bazlen (Trieste, 1902- Milán, 1965), pero sin hacer uso del libro de Calasso ni de la biografía de Cristina Battocletti: “Bobi Bazlen. L’ombra di Trieste” (2018), sino de una novela que va en busca de la solución al problema de la vida de Bobi, el escritor que no escribía, del escritor sin libros (pues cartas y notas sí que escribía): “El estadio de Wimbledon” (Anagrama 1986, original 1983) de Daniele Del Giudice.

“He venido aquí (Trieste) para comprender por qué un escritor no escribió”. “Chamán en traje burgués”, así define Calasso a su maestro adeplhiano. El hombre que había leído todos los libros, amigo de Svevo, Montale, asesor de Einaudi, cerebro-fundador de Adelphi, como Gómez Dávila, ya no escribía más que notas a pie de página (escolios decía el escritor colombiano). Ese es el motor de la novela, ir y entrevistar a sus contemporáneos que aún siguen vivos y que les expliquen el motivo de esa huida de la escritura en alguien que tenía todas las luces para realizarse como escritor. Y en esa peregrinación por Trieste y Londres, sobre todo, verá a dos mujeres (musas y protagonistas de los poemas de Eugenio Montale): Gerti Frankl, la judía-austriaca de “El carnaval de Gerti” y a Ljuba Blumenthal, la judía-rumana del poema “Ljuba se va”. Montale ni siquiera tuvo que conocer a Ljuba para usarla como musa. Convertía una foto en una nueva musa. Bobi, en cambio, como le dice uno de sus encuestados, huía de la escritura como de las mujeres. Su plan para desembarazarse de la visión bibliocéntrica de Trieste, ciudad de grandes escritores y poetas: Michelstaedter, Saba, Svevo.

“Hasta Goethe, la biografía contra la obra; a partir de Rilke, la biografía contra la obra”. El protagonista de Del Giudice se burla, cansado, de esta imagen de gurú, de eminencia gris, de autor de gestos ejemplares, de lector y descubridor de libros únicos que le ofrecen sus entrevistados. En especial cuando se acuerda donde ha oído esta idea del poeta sin obra que justifica su esterilidad diciendo que su vida es su obra maestra. Es en “De repente, el último verano (1960), peli con Katherine Hepburn y Montgomery Cliff. Más cursi imposible las declaraciones rimbombantes de esa madre millonaria (la Hepburn) que quiere promocionar al hijo de mamita como genial poeta muerto en plena juventud. “La vida es la obra del poeta, la obra del poeta es su vida”.

“Lo único que queda de él son los amigos que le estimaron” le escupe la deslenguada y desmitificadora Gerti. “Nuestra generación habló demasiado de todo, sobre todo del escribir”. Bobi, que en la foto que Gerti le muestra al narrador, tiene los ojos negrísimos como los de Kafka.

“Ya no existe el viaje o el peregrinaje, sino solo la pendularidad”, le dice Angelo, amigo sobreviviente de Bobi.

“Hay demasiados libros, es inútil añadir otros”, le repite Ljuba el lema clave bazleniano. Y le cuenta de yapa un cuento de Bradbury como ejemplo de lo que quiere expresar sobre la esencia de Bobi. Ese cuento se llama “El verano de Picasso”. Loa dibujos del pintor español devorados por la marea…

A la pregunta que movilizó la novela, “al porqué Bobi no escribiera”, les dejo una de las tantas respuestas que se barajaron durante 138 páginas: “Escribir no es importante, pero no se puede hacer otra cosa”.

Paranaländer

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