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martes, mayo 21, 2024

Martín Rejtman, el último de los cuentistas

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«Quizá en los cuentos y películas de Rejtman la forma es la misma, hasta el punto en que se podría hablar de un estilo, algo reconocible en su estética que no cambia al cambiar el arte.» Por: Derian Passaglia

En la escuela, a todo texto los chicos le llaman cuento. Cuento de acá, cuento de allá. No importa si es una novela, un poema, una noticia, una nota al pie, una explicación sobre el objeto directo. El cuento es la forma literaria que reconocen en todo lo que leen, basta con que tenga oraciones y forme un párrafo. No sé si es porque lo traen incorporado desde la primaria o porque en América es el género por excelencia. Martín Rejtman, además de filmar películas, publicó libros de cuentos, como un especialista, un artesano de los que ya no quedan.

De sus cuatro libros de cuentos, el último publicado, Tres cuentos (2012), redefine el género. Son textos que tienen entre ochenta y cien páginas. Si se piensa en la extensión, muchos cuentos no pasan de las cuarenta páginas, y cuando rondan las cincuenta o más se los considera neuvelles. La extensión no sirve para considerar al género como lo entiende Rejtman, o bien esa extensión se lleva a un límite difuso que cuestiona al género mismo.

Quizá en los cuentos y películas de Rejtman la forma es la misma, hasta el punto en que se podría hablar de un estilo, algo reconocible en su estética que no cambia al cambiar el arte. Las acciones se suceden en un eterno presente. Ese tiempo está dado por la acumulación de imágenes, imagen tras imagen, acción tras acción. El presente es un continuo que transcurre sin consecuencias, sin pasado. Se parece a Aira en eso, el relato avanza como una fuerza de la naturaleza, con el vértigo y la claridad de una prosa llana, sin vueltas.

Este presente parece ser todo lo que hay y todo lo que tienen sus personajes. Pasa sin más el tiempo y los personajes no se aferran a él, lo dejan pasar, inevitablemente, como si ellos estuvieran quietos y lo que se moviera en realidad fueran los lugares por los que pasan, en un montaje frenético. Personajes máquinas, sin voz ni sentimientos, están vaciados hasta de pensamientos, y cuando piensan lo hacen maquinalmente, con frases hechas y comunes. Esto también es airano, y que viene de la vanguardia más radical del siglo XX: no transar con los personajes, borrarle cualquier tipo de psicología. La intención está puesta en contradecir al realismo, eliminar la identificación, cualquier elemento que le permita al lector reconocerse en lo que lee.

Los personajes rejtmanianos son así, como en la gran vanguardia, autómatas despojados de cualquier intento de humanismo. Todo les da igual, no reaccionan ante las injusticias ni las alegrías, como el teniente Dan en año nuevo. Son muñecos articulados, maniquíes. Los diálogos se insertan en este automatismo e irrumpen en el relato para acentuar este efecto. Cuando los personajes hablan es como si no dijeran nada o lo dijeran todo tan de golpe que dan la impresión de no decir nada. Son diálogos duros, fríos, sin emoción, sin gracia ni ironía; hablan a pesar de ellos, como si hablara una computadora.

El mundo donde viven estos personajes es siempre anacrónico. El presente de los cuentos parecr el de hace unos años, Rejtman modifica el tiempo deliberadamente, como un Pierre Menard que solo puede narrar su tiempo calcando el pasado.  Las cosas están fuera de época. Hay guías telefónicas y locutorios; la ropa, los objetos y los lugares parecen como si en otra época hubieran estado de moda, y el tiempo les hubiera pasado por encima implacablemente.

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