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jueves, mayo 9, 2024

Gente que busca gente, con Franco Bagnato

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Gente que busca gente, por América, conducido por Franco Bagnato, así se llamaba el programa, y en ese momento no, en ese momento solo miraba, en silencio, sin pronunciar palabra… Por: Derian Passaglia

Después de la siesta, después de esas siestas con saliva en la almohada, en tardes donde no había otra cosa que hacer más que tomar el café con leche, o si hacía ya un poquito más de calor, la chocolatada con vainillas, había un programa en canal de aire, por América, a las seis en punto de la tarde, un programa donde la gente común y corriente era la protagonista. En el medio pasaban esas locas propagandas, de productos de televentas, había que llamar para adquirirlos, porque no se vendían en ningún otro lugar más que en la tele, y que cualquiera hubiera deseado, como esa colección de música lenta de los ochenta, “Ho capito che ti amo -decía la letra de una canción- quando ho visto che bastava un tuo ritardo…”

Era después de la siesta nomás, con la cabeza todavía embotada de las dos horas de siesta, con los ojos chinos y las líneas del profundo sueño, como una cicatriz callejera de malevos, que bajaban por la frente y seguían más allá del cachete, y daban la medida de lo rica que había estado esa siesta. El sol había caído ya por los techos plateados de protecciones aislantes, o era solamente una capa amarillenta sin fuerza como para calentar, agonizante sobre la cortada Dragones del Rosario, esa sobre la que papá decía que era peatonal, “la peatonal Dragones del Rosario”, decía, porque toda la gente caminaba por la calle en vez de ir por la vereda.

Gente que busca gente, por América, conducido por Franco Bagnato, así se llamaba el programa, y en ese momento no, en ese momento solo miraba, en silencio, sin pronunciar palabra, porque la siesta me había dejado una seda, una gelatina que todavía no se había sacado el uniforme de gimnasia de la escuela, el olor que habrá tenido eso, no lo quiero saber, y en ese momento solo miraba y no pensaba, porque pienso ahora, ahora se me ocurre pensar en la belleza de ese título, y en ese programa, donde había señoras sin algún que otro diente, y hombres desahuciados que habían trabajado toda su vida, y chicas desesperadas y oscuramente perdidas, que habían acudido, como último recurso o quizá como primero, a la ayuda de Franco Bagnato para buscar a un familiar del que no tenían absolutamente ningún dato.

Era gente sin consuelo la que pasaba por el piso brillante del set, y Franco Bagnato, con su cara de bueno, con su delicadeza de conductor sensible, llevaba a esos hombres y a esas mujeres golpeadas por el destino a un sillón enorme, y les pedía que le cuenten su historia, ¿cuándo fue la última vez que la viste?, le preguntaba Franco Bagnato, ¿y por qué creés que se fugó de casa?, ¿y qué le dirías si vieras en este momento a tu padre, a tu sobrino, a tu abuela?, esa clase de preguntas hacía Franco Bagnato, y a veces, sin razón, producto de la misma angustia, la gente que buscaba a sus familiares rompía en un llanto desgarrado y último, porque pronto, dentro de poco, antes de que termine el programa, todo sería alegría…

Entonces era el clímax del programa, tensión en el piso, era el momento estelar de Franco Bagnato, donde sacaba a relucir toda su humanidad, todo su amor por las desgracias ajenas, su comprensión infinita, y decía sus frases, sentidas y tiernas, conmovedoras y espirituales, decía Franco Bagnato que había una luz de amor y esperanza, porque en algún lugar del mundo, en otro lugar del mundo, habría otra gente, otra persona, que también estaría pensando en su familiar perdido, estaría pensando en reencontrarse con aquella sangre que había dejado de ver quince, veinte o treinta años atrás, por circunstancias putas de la vida…

Y después de sus frases alentadoras, la protagonista del progama se calmaba un poco, se sonaba los mocos, le alcanzaban un vaso de agua, y después de ese momento se abrían las compuertas del decorado, de un lado y de otro, como si fueran puertas de una nave que flota en el espacio, y aparecía el padre, el sobrino o la abuela, la persona que se estuviera buscando, la persona perdida, y el reencuentro era increíble y el abrazo interminable, sí, ¡Franco Bagnato había logrado unir a una familia! ¡Franco Bagnato era el hombre más bueno del mundo! Y a él le debíamos que después de la siesta, entre cafés con leches, el espíritu se reencontrara también consigo mismo, mientras caía la tarde en la famosa zona más sur de Rosario.

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