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sábado, noviembre 23, 2024

Sobre la oralidad en la poesía argentina

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La poesía argentina nace con la oralidad desde El Martín Fierro, la voz de un gaucho que cuenta sus injusticias, que desde el primer verso se postula como canto: “Aquí me pongo a cantar”. Canto, música y habla.

Por: Derian Passaglia

Una de las marcas identitarias más fuertes de la poesía argentina a lo largo de la historia es la oralidad. Pienso en Francia, por ejemplo, donde están hace siglos atrapados en el simbolismo; o en China, por ejemplo, donde la influencia de la filosofía, el tao, el budismo y el confucionismo volvieron a la poesía objetiva. En estos y otros países, hasta se podría ver que se prescinden de las marcas orales en la escritura, no son importantes para la construcción de un artificio. La poesía argentina nace con la oralidad desde El Martín Fierro, la voz de un gaucho que cuenta sus injusticias, que desde el primer verso se postula como canto: “Aquí me pongo a cantar”. Canto, música y habla. Las faltas de ortografía, la cadencia del octosílabo y sus acentos, las palabras que se comen vocales, intentan reproducir el lenguaje de un gaucho inculto, al margen de la ley, matrero. En algún lado escribe Borges que los gauchos no hablaban así, que ese modo del decir es una invención propia de Hernández, ya que los gauchos trataban temas que consideraban poéticos y tradicionales como el amor. El problema de construir un habla lo más cercano a la realidad posible en literatura es que no se muestra como artificio y pretende pasar como real, como si fuera la expresión misma de las palabras que se pronuncian en otro plano, fuera de la literatura.

Quizá haya rastros de esta oralidad en el criollismo de poetas leídos en los años 20 y 30 como Baldomero Fernández Moreno y Evaristo Carriego. La poesía deja el campo y entra la calle, los barrios bajos, el tango, el cigarrillo, los piringundines, las prostitutas, la milonga, los guapos, los cafés. El que me gusta mucho es Nicolás Olivari y su libro La musa de la mala pata.  Cada tanto despunta alguna expresión propia del habla entre versos medidos y rimas: “ Menos mal que fumo/ el árido tabaco del rencor en grumo”.

En los sesenta la poesía se produjo un gran cambio, hubo una movida enorme en el mundo (jipismo, Mayo del 68, guerrillas, etc.) que se trasladó a la poesía en forma de condescendencia. Los poetas querían expresar la “voz del pueblo”, como muchas veces podemos escuchar hoy todavía a mucha gente, sobre todo en la tele, periodistas, personas que trabajan en los medios queriendo expresar “lo que dice la gente”. ¿Por qué la voz del pueblo o la voz de la gente necesitaría a un poeta o a un periodista para expresarse? Se trata de una idealización que construye un habla que se pretende popular, pero que no es más que una perspectiva de superioridad desde donde se para el poeta para escribir, como estuviera separado del pueblo, como si no formara parte. El gran representante es Juan Gelman, que en realidad escribía con la influencia del tango nostálgico.

Zelarayán, una década más tarde, en el famoso “Postfacio con deudas”, escribe que su inspiración proviene de las cosas que escucha en la calle, de esas “cositas” que le escucha decir al cajero de una pizzería mientras hablaba por una conversación telefónica. Esas “cositas” son la materia de la poesía y también el oído, porque más que una voz que representa a un pueblo, Zelarayán construye su voz de lo que escucha.

La poesía de Zelarayán circuló entre los poetas de los noventa, que construyeron voces de pibes marginales en los barrios bajos de la ciudad. Como en el Martín Fierro, la representación gráfica de las palabras se corresponde con los sonidos que se quieren mostrar, y poetas como Desiderio escriben “poyo” en vez de “pollo”, o como Daniel Durand, por ejemplo, que escribe en “La Lejandra”: “ta re linda la Lejandra / e drogadicta, yo la conozco / hace dotre mese nomá / tiene un hijo con Homero / quees el marido, el questá ayá  / en laesquina con las muleta”. El habla marginal se reproduce tal cual se lo escucha, como si no hubiera mediaciones y el acto de escribir no existiera.

El mejor poeta contemporáneo en la poesía argentina es Mariano Blatt, quien no solo recupera la oralidad de la poesía y la reproduce, sino que vuelve a colocar el habla en el centro de lo poético. Sus poemas son como cancioncitas, hiteras, hermosas, hablan de los pibes, del barrio y del porro, de los berretines, la cancha, el partido, los chicos que le gustan. Blatt encuentra poesía en lo que otro dice:

POEMA

Todo el tiempo lo que decía era como si fuera diciendo una poesía

o como que estaba por empezar a decirla,

pero capaz ya la había dicho

iba por el final

capaz por el principio

o una sola poesía larguísima

del tamaño de todo lo que decía

siempre que hablaba yo lo escuchaba

y decía para mis adentros

eso es poesía

eso también

poesía, poesía

más poesía

otra poesía

eso que dijo fue poesía.

 

Foto de Portada: Infobae

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