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jueves, noviembre 28, 2024

El hombre y su sutil propiedad

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Paranaländer da vuelta a la media stirneriana, patentado al Hombre y su sutil propiedad, para mayor gloria de la quintaesencia vital.

 

Por: Paranaländer.

 

Vivimos solos o casi solos, guarecidos por un corro de cercanos, el resto es un decorado, mero telón de fondo, white noise cínico. Vivimos subsumidos, sin embargo, en un entorno llamado social, o sociedad (nunca comunidad), a su vez acogotada por el estado. Entre la sociedad y el estado, la ciencia. El estado regula uniones y separaciones, por ej. La sociedad se cultiva con universidades donde prospera la ciencia en beneficio de los hombres solos.

Afirmaba, en la primera línea, que casi vivimos solos en la inmensa sociedad, ese desierto hecho de caras indiferentes. La vida emocional, el ping pong de afectos, esperanzas, alegrías, sucede entre ese par de cercanos. Una obra de cámara, la vida. Un teatro de marionetas, o mejor aún, obra chinesca improvisada en esas noches de invierno en que un repentino aguacero que mea Tupa corta la luz y, para pasar el rato, vencer con fantasía esa oscuridad obligada, nos entretenemos llenando la pared con sombras de conejos y perros a la luz de la vela esperma.

Es la forma perfecta, al mismo tiempo, para trasvasar el delicado licor de lo humano en los vasos de la vida. No hay excesos de emociones en él para distribuirlas entre todos los competidores sociales.

Imposible demostrar afecto por todo el planeta, esa ambrosía milagrosa es para unos pocos.

El corazón es un teclado donde siempre falla la tecla s o se traba la x, sus oraciones bordean la ininteligibilidad constantemente.

Es un milagro social, una rareza cósmica, un escándalo galáctico. Lo humano.

En el sentido pascaliano, esgrima entre razón y corazón.

La sociedad amenaza a esos hombres casi solos.

La naturaleza, conquistada a medias por la sociedad, también es otra amenaza latente.

Un blanco infinito de la despiadada sociedad y la cruel naturaleza: los que casi vivimos solos. ¡Cómo soporta tanto estrés arbitrario, tanta tiranía ciega?

Es un santo o un imbécil. O un caballero de la espuela de mua-mua que aspira a una heroicidad tragicómica.

Ya explicamos arriba que su soledad no es negativa necesariamente, pues no tiene una reserva de emociones para, en un potlatch salvaje, regalarlas o distribuirlas a multitudes, apenas para su par de cercanos queridos, en dosis cotidianas.

Es una propiedad, la de los afectos y emociones, hay que enfatizarlo, ligero y fácil de transportar por los andurriales de la perra vida plagada de salteadores de caminos.

Volver a casa, podría ser el adagio de la felicidad extrema y revolucionaria a que puede aspirar cada hombre (casi) solitario en la vida en sociedad.

Volver, acto de reapropiación voluntaria. Casa, especie de paraíso en formato miniatura.

Lo demás es película de David Lynch (sinónimo de superfluo). O novelita de Aira (sinónimo de “¿a mi qué me importa?”)

El mejor oficio en la sociedad hasta ahora es vivir poéticamente procurando dinero, pirá piré.  Pero el poeta mayor, el poeta realmente santo, es el hombre (casi) solo que vive poéticamente en un sempiterno potlatch de emociones que va extrayendo con mano generosa de su bosá inconsútil: el corazón.

El hombre y su sutil, alambicada, propiedad.

 

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