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viernes, noviembre 22, 2024

Un poema de Enrique Wernicke

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«Sencillez y naturalidad quizás sean las dos palabras que mejor le quedan al poema, al mismo Wernicke». Por: Derian Passaglia

Es sorprendente que Enrique Wernicke haya publicado su primer libro de poesía, Palabras para un amigo, en 1937. En ese momento, la poesía era de vanguardia o neorromántica. Pero la de Wernicke no está obsesionada por romper las formas ni tiene berretines melancólicos por las rimas y los temas tradicionales como el amor, la muerte, la vida. Más sorprendente todavía es que Wernicke tenía solamente 22 años cuando publicó este libro.

Sencillez y naturalidad quizás sean las dos palabras que mejor le quedan al poema, al mismo Wernicke. No tiene título, empieza directamente por el primer verso: «Nosotros nos conocemos bien las manos». Parece un poema de amor, pero al tercer verso se descubre el referente: ese amigo al que le escribe. Es un poema sobre la amistad próximo, cercano, sin elegía ni épica, como si lo hubiera escrito en una servilleta y se lo hubiera dejado al amiho por debajo de la puerta.

No hay secretos, no hay metáforas en la poesía de Wernicke: «Dame un recuerdo. Dame un cigarrillo / Un mate bien cebado». Escribe como si hablara, de los pensamientos al papel sin mediaciones. Andrés Monteagudo dice que Wernicke construye una poesía de frases. Más que versos, escribe sentencias, máximas para la vida, cosas profundas que no suenan profundas y sin ninguna vuelta retórica. En algún sentido, la poesía de Wernicke se parece al objetivismo de la poesía argentina de los noventa, a la «frase seca» de Gianuzzi y Helder, y a la poesía china de la época Tang, en la que Li Po y Tu Fu se dedicaban poemas, escribían para los amigos, con amigos.

Nosotros nos conocemos bien las manos.

Muchas veces nos han unido en un abrazo.

Sí, amigo, y un mismo mate nos ha entretenido las horas.

Sé que puedo pedirte en ayuda una charla bien larga.

Robarte una noche entera. Y hasta

llevarme tus sueños para un mes de vigilia.

Hoy no quiero pedirte tanto.

Dame un recuerdo. Dame un cigarrillo.

Un mate bien cebado. Y toca en la

guitarra alguna huella triste.

Una huella triste para guía de mi llanto.

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