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lunes, mayo 20, 2024

El exceso

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Tomando como punto de partida la película «Un maldito policía» (1992) de Abel Ferrara, Derian Passaglia escribe un ensayo sobre la función del exceso en el arte.

Un maldito policía (1992), la película genial de Abel Ferrara donde actúa el genial Harvey Keitel, sería una película estrictamente realista si no fuera por una escena que la eleva a carácter de obra maestra de culto. Hearvey Keitel, un policía adicto a la heroína, borracho y corrupto, está de rodillas en una iglesia, totalmente ido por las sustancias, implorando redención de cara a la figura de Jesucristo. En ese momento, mientras Hearvey Keitel llora desconsolado, aparece por detrás el mismísimo Jesucristo en persona, con el pelo largo, la túnica blanca, la corona de espinas y el aura celestial que lo rodea. La escena constituye un quiebre en el realismo de la película y un quiebre también en el público espectador: unos la aman y otros la odian. Lo que sí es cierto es que nadie permanece indiferente.

El exceso es una forma de escapar de la abulia realista que domina gran parte de la literatura. La culminación de los excesos en el policía que interpreta Hearvey Keitel es la manifestación de un Jesús en una capilla, vuelto literalmente carne. ¿Cómo hacer estallar el realismo por dentro mediante el exceso? Marcel Proust imaginó su vida mediante recuerdos que a veces parecen ralentizar el tiempo hasta sus componentes mínimos, esos instantes que van más allá del tiempo porque no se miden con horas ni segundos y permanecen inalterables, presente eterno. Describe, por ejemplo, la forma en que un personaje se queda pensando en nada, con la mente en blanco, cuando otro le hace una pregunta, y así consigue, escena tras escena, un exceso acumulativo de momentos que parecen costumbristas pero que forman un universo único y propio.

La literatura de César Aira es excesiva, la de Alberto Laiseca desmesurada, la de Osvaldo Lamborghini sádica y explícita. Estos tres escritores tienen en común el hecho de haber escrito después de Borges, el gran escritor argentino (y hasta podría decirse sin miedo: el gran escritor del siglo XX) que fue en todo y en cada una de las cosas un señorito inglés muy medido. Borges nunca escribió una novela porque no toleraba los “ripios” del género, es decir, aquellos pasajes que funcionan simplemente de enlace entre una cosa y otra; no toleraba el divague, quería controlar cada palabra en sus textos. Sus cuentos son maquinitas perfectas a las que no le falta ni le sobra ni una coma, y en una primera lectura fue ese mismo hecho el que me expulsó de su literatura: Borges es demasiado perfecto y no se permite la desprolijidad. En algún punto, el exceso posibilita la libertad en el arte.

Lo sobrio, lo correcto, lo medido, se relaciona con el buen gusto y la distinción; en cambio lo que sobra, la grasa, lo que se pasa de la raya, lo explícito, lo que se muestra, lo que excede, se piensa siempre en relación a un gusto excéntrico, fuera de lo que se considera como “normal”, como algo abyecto donde la mirada tiene que correrse para no mirar porque la supera, la turba, la corre de su lugar. Un gran modelo del exceso es el espíritu de rebeldía en el arte de la década de los noventa, particularmente en la poesía y en el cine. Ahí el exceso puede considerarse como frivolidad, con esas enormes mansiones blancas de multimillonarios envueltos en orgías, cocaína y palmeras en el caso del cine; o voces que escriben como hablan, con sus faltas de ortografía y sus chicos pobres a los que le rondan moscas por la cara en la poesía. Pero no es frivolidad, es simple y llanamente exceso, puro exceso.

Gran parte de la literatura actual sigue buscando en la sustracción un principio constructivo, cuando la sustracción es precisamente no escribir, o escribir haciendo de cuenta que no pasa nada. El lector tiene entonces la tarea de reponer aquello que falta mediante la interpretación. Se trata de una literatura que no arriesga ni muestra, que confunde economía literaria con pobreza literaria y que se extiende como un mal sobre las naciones de los pueblos enteros hace ya más de un siglo.

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