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lunes, mayo 6, 2024

Paul Schrader y el realismo moral

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Los personajes de Paul Schrader experimentan conflictos morales donde se pone en juego lo más humano de los humanos: la moral, la ética, la razón, la locura, la contradicción de sentimientos en un mundo que los oprime y aliena.

Por: Derian Passaglia

Nick Nolte mató a su padre por error con la culata de una escopeta. Prendió fuego el cuerpo en el establo mientras miraba consumirse las llamas y el humo que salía por el techo de madera desde la cocina, sentado tranquilamente, tomando un vaso de whisky. Afuera nevaba. El padre era un ser monstruoso y tiránico que odiaba al hijo y vivía borracho. Cuando la esposa abandonó a Nick Nolte llevándose lejos a la hija en el auto, el padre de Nick Nolte salió de adentro de la casa riéndose de su hijo. Nick Nolte estaba tirado en la nieve, vencido, no le quedaba nada.

-Vos -le dijo el padre-, vos, hijo de puta. Yo te conozco. Vos sos mi sangre, sos un pedazo de mi corazón.

Nick Nolte tenía los ojos cerrados, recostado sobre la nieve.

-Vos no me conocés -le dijo Nick Nolte-. Andate a la mierda.

-Actuá como un hombre -le dijo el padre-. Te amo, hijo de puta.

-¿Que me amás? Vos no sabés nada sobre el amor -dijo Nick Nolte.

-¿No sé nada? Yo creé el amor -dijo el padre.

Esta es la mejor escena de una de las obras maestras de Paul Schrader, Affliction (1997), en la que un personaje triste, muerto por dentro, espiritualmente triste, está atrapado en una vida que no parece haber elegido y que tiene que vivir por inercia.

Paul Schrader es reconocido por ser el guionista de Taxi Driver y, en general, cuando se lo presenta, se lo presenta como guionista; poco se habla de que es uno de los mejores directores de un cine personal, donde el realismo y la moral crean un estilo dostoievskiano propio que no se parece a ninguna otra cosa. Los personajes de Paul Schrader experimentan conflictos morales donde se pone en juego lo más humano de los humanos: la moral, la ética, la razón, la locura, la contradicción de sentimientos en un mundo que los oprime y aliena.

Blue Collar (1978), su primera película, parece la obra de un revolucionario socialista con conciencia de clase en la norteamérica de fines de los 70. Tres obreros de una industria automovilística atacan la sede de su sindicato para robar plata de la caja fuerte, pero se encuentran con documentos importantes que podría poner en riesgo a las autoridades de la organización.

Los protagonistas son dos negros y un blanco. Uno de los negros no confía en el blanco. El negro que sí confía en el blanco sabe que no es fácil ascender de posición en el trabajo siendo negro, así que cuando el otro negro muere de forma trágica y dudosa trabajando en una cadena de montaje, envuelto en pintura azul, los altos mandos de la organización lo extorsionan y lo ascienden. Lo mejor de la película son las escenas que aparentan no tener importancia pero que recrudecen el realismo de la propuesta: el negro que busca ascender está tomando cerveza sentado en un sofá, la esposa mira la tele, los nenes juegan en la alfombra del living, el negro grita porque no se callan. Suena el timbre: son agentes de servicios sociales.

Su segunda película, Hardcore (1979), es más corrosiva. La moral es el hilo invisible que teje la trama, un personaje más, quizá el más importante, que guía la conducta de los protagonistas. Un padre muy religioso busca a su hija desaparecida por todos los medios posibles, después de que la policía casi que ni se preocupara por el caso. A medida que se interna en los bajos fondos de la ciudad (prostitutas, cines porno, productores) el personaje se vuelve cada vez más oscuro. El dilema moral de fondo es: ¿su hija fue raptada o se fugó porque era una puta? Los amigos de la iglesia piensan íntimamente que la desaparición de la hija está relacionada a la segunda opción.

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