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domingo, mayo 5, 2024

Los filósofos más locos del mundo

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Tanto Sócrates como Confucio comparten el hecho de no haber escrito, trabajo que quedó para los discípulos, como si la confianza en la oralidad y la memoria fuera superior a la letra (o los ideogramas) fijada en la materia

Por: Derian Passaglia

En QuFu, localidad al suroeste de la provincia de Shandong, todos son (o creen ser) descendientes del filósofo chino Confucio. Se dice, aunque se duda de la exactitud, que Confucio nació en el año 551 y murió en el 479 a. C. El confucianismo es uno de los tres o cuatro cultos religiosos tradicionales de China, junto con el budismo y el taoísmo. Las enseñanzas de Confucio fueron establecidas como religión oficial del Estado durante el reinado del emperador Wu (141-87 a. C.) y ejercieron una profunda influencia en la cosmovisión del mundo chino.

Simon Leys, en la introducción a las Anacletas del filósofo chino, dice que “el pensamiento primitivo chino giró esencialmente alrededor de dos cuestiones: la armonía del universo y la armonía de la sociedad, en otras palabras, la cosmología y la política”. Confucio fue usado como una autoridad argumentativa por todos los emperadores y políticos chinos y hasta por el mismo Mao Tse Tung. Cada cual le hizo decir lo que quiso y lo adaptó a su discurso.

En Occidente, filosofía, religión y Estado se fueron separando progresivamente. Tanto Sócrates como Confucio comparten el hecho de no haber escrito, trabajo que quedó para los discípulos, como si la confianza en la oralidad y la memoria fuera superior a la letra (o los ideogramas) fijada en la materia. Confucio es un sabio, alguien que siempre tiene una salida para todo, un proverbio, una enseñanza, una experiencia de la cual aprender. Su método no es la hermenéutica sino el aprendizaje de lo vivido: de cualquier hecho parece extraer una lección.

Los discípulos se reúnen a su alrededor para escucharlo, y todo lo que dice importa. Por momentos parece la caricatura de un filósofo loco, pero esta impresión viene dada por el tono de las Anacletas, que lejos de contener una verdad profunda sobre la vida y el mundo son un compendio de ironías, burlas y sentencias que parecen en joda sobre personalidades de la época, militares, políticos y hombres importantes de la China antigua.

Simon Leys lo dice así: “El error fundamental que se ha desarrollado con respecto a Confucio se resume en la etiqueta con la que la China imperial empezó a venerarlo y, al mismo tiempo, a neutralizar el potencial originalmente subversivo que contenía su mensaje político”. Es cierto, hay una enseñanza en la literatura de Confucio, pero no es la enseñanza que se propuso el mismo filósofo. Este malentendido es el que lo convirtió en un maestro del arte de vivir y en un pensador orgánico oficial. Acá algunas citas de su obra:

 

“El Maestro dijo: ‘Quien gobierna mediante la virtud es como la estrella Polar, que permanece fija en su casa mientras las demás estrellas giran respetuosamente alrededor de ella.’”

 

“El Maestro dijo: ‘Puedo conversar todo el día con Yan Hui y nunca está en desacuerdo, así que parece torpe. Obsérvenlo, sin embargo, cuando está solo: sus acciones relejan plenamente lo que ha aprendido. ¡Oh no, Hui no es torpe!’”.

 

“El Maestro dijo: ‘Quien revisando lo viejo conoce lo nuevo, es apto para ser un maestro’”.

 

“El Maestro pescaba con caña, no con red. Cuando cazaba, nunca disparaba a un pájaro en reposo”.

 

“El Maestro dijo: ‘Detesto que el púrpura sustituya al bermellón; detesto que la música popular corrompa la música clásica; detesto que las falsas lenguas hagan caer reinos y clanes’”.

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