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sábado, mayo 18, 2024

La alegría del pueblo

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Garrincha nació con los pies torcidos, era chueco. Cuando corría desorientaba a los defensores rivales: no se sabía si iba o venía, si iba para un lado o para otro, si bailaba o caminaba.

Por: Derian Passaglia

Manuel Francisco dos Santos, mejor conocido por el sobrenombre de Garrincha, salió dos veces campeón del mundo con la selección brasileña en los mundiales de Suecia 58 y Chile 62. Uno de sus hermanos le puso el apodo que sacó de un pájaro que vive en las selvas del Mato Grosso. Troglodytes musculus es su denominación científica, un pájaro veloz y torpe, al que no es muy difícil cazar. Los hinchas le pusieron un apodo más largo pero mucho más cariñoso y cercano que el del rey Pelé: la alegría del pueblo.

Garrincha nació con los pies torcidos, era chueco. Cuando corría desorientaba a los defensores rivales: no se sabía si iba o venía, si iba para un lado o para otro, si bailaba o caminaba. Su pierna derecha era seis centímetros más corta que la izquierda, y había nacido con la columna en forma de serpiente viboreante. Los médicos no le aseguraban un futuro deportivo exitoso y de hecho le prohibían jugar en esas condiciones, porque sus problemas físicos podían empeorar. Según el profesor João de Carvalahaes, psicólogo del seleccionado brasileño, Garrincha era «un débil mental no apto para desenvolverse en un juego colectivo».

La historia de Mané, otro de los apodos cariñosos de Garrincha, parece la de una autosuperación personal, alguien que se enfrenta ante un obstáculo generalmente trágico de vida y con la voluntad mágica de su espíritu logra vencerlo. Pero no, la vida de Garrincha no es literatura del yo. De 1953 a 1965 jugó en el Botafogo y ganó tres títulos. En 1962 fue elegido mejor jugador del mundo. Tuvo su paso breve por equipos donde no jugó mucho, ya en la etapa final de su carrera: Corinthians, Atlético Junior (Colombia), Flamengo, Olaria.

A finales de la década de los setenta y principios de los ochenta se lo veía desfilar en algunos programas televisivos. Hablaba de la paz y el amor, de la santidad, se consideraba un médium. Tenía la barba larga, el pelo pajoso y duro, la boca desdentada. “Nosotros no somos los fundadores de una religión, seguimos los verdaderos principios cristianos”, dice en una mesa redonda donde una periodista de pelo rubio lacio y teñido hace sonrisitas mirando para abajo. En un móvil entrevistan a un vecino de Garrincha, que vivió algún tiempo en el barrio de Floresta:

-¿Usted piensa que Garrincha es un santo varón?

-No, no es un santo varón, a mi criterio es un hombre normal como todo ciudadano.

El periodista aclara que nadie paga el alquiler de dos departamentos que Garrincha alquiló, y que sus acreedores dicen: “a cada santo le debe una vela”. A su novia, la que él presenta como su novia -sigue el periodista-, la dejó plantada.

En un especial de Garrincha sobre historia de los mundiales emitido por la Televisión Pública se lo llama “el ángel de la gambeta”. Agarraba la pelota y la cuidaba entre las piernas, mientras el defensor lo esperaba agazapado, y Garrincha encaraba recostado por la línea derecha de la cancha, llegaba hasta el área chica y le pegaba o tiraba el centro. Con la pelota entre las piernas, si un rival venía a marcarlo, pensaba: “para dónde creerá que voy, ¿para allá o para allá?”.

Garrincha empezó a fumar a los diez años. Murió el 20 de enero de 1983 a causa de una congestión pulmonar, pancreatitis y pericarditis, cuadro agravado por un alcoholismo crónico. Alguna vez dijo: “yo no vivo la vida, la vida me vive a mí”.

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