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viernes, mayo 17, 2024

Mi sánguche de milanesa preferido (Parrilla Quínquela)

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Derian Passaglia escribe sobre la oferta gastronómica del barrio de Barracas, ciudad de Buenos Aires.

La parrilla Quinquela queda en la esquina de Patricios y Benito Quinquela Martín, del lado de Barracas, aunque por el gris de las fachadas de los caserones parece La Boca. Patricios es la avenida que divide los dos barrios. Los carteles perdieron el color, hay puertas de edificios grandes cerradas con candados. Sé que la parrilla se llama Quinquela porque cuando agrando con los dedos en el mapa dice el nombre, pero no hay nada que haga pensar, vista desde afuera, que en esa parrilla vendan uno de los sánguches de milanesa más grandes que se conozca. Las paredes están pintadas de un azul apagado, y si no fuera por las pizarras atadas contra los ventanales que anuncian el menú y los precios, la parrilla Quinquela se puede confundir fácilmente con una fábrica abandonada.

Hay varias parrillas familiares y para trabajadores. Enfrente, a mitad de cuadra, hay otra. Tampoco tiene nombre, pero la cocina es casi a cielo abierto, y el humo de la carne cruza a la otra cuadra en la parada del 93. Mejor no acordarse de la frecuencia del 93. No viene nunca, y cuando viene no para, sigue de largo, los colectiveros te apuran. Una vez casi me agarro con uno, jetón, se creía dueño del coche. Lo tendría que haber mandado a esperar su propio colectivo.

En Iriarte hay otra parrilla que se llama La Familia. Esa tiene el nombre grande, ploteado en colores anaranjados. Hay más luz, más mesas, más vidrios, capaz que también más platos. Perdón por la parrilla Quinquela, pero mi favorita es Montes de Oca, otra que no tiene el nombre a la vista pero el toldo sobre la vereda compensa la desprolijidad, y me hace acordar al toldo que hay en el fondo de la casa de mi mamá, en Rosario.Después hay otra en la esquina de Jovellanos y Magallanes que está toda pintada de amarillo con algunos toques rojos. El cartel es un poco más cheto, las mesas y las sillas de madera también. Todo sale más caro en La posta de Antonio, más allá de la belleza abundante de sus napolitanas. Pocas familias y mucho ejecutivo de Metrogas, la planta central que está enfrente.

Los manteles de las mesas de Quinquela son rojos y azules cuadriculados y hay dos televisores en paredes distintas. Suelen pasar el noticiero sin volumen, y mientras se espera sentado por ahí que armen el sánguche que sale en minutos, se pueden ver los titulares del día: “Un nene de ocho años descubre un dinosaurio en Santa Clara”, “Los refuerzo de Carlos Tévez no llegan”, etc. El sánguche de milanesa es para comer de a dos, o alcanza para dos veces, porque sobresale del plato. Viene con una porción de papas caseras. El sánguche sale $700 u $800. El precio depende si se le agrega jamón y queso, del humor de la dueña, del que atienda en el momento, quizá de la cara del cliente.

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