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sábado, mayo 18, 2024

César Aira y los sentimientos

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«Los comienzos de Aira tienen lo mejor de su literatura, arranca siempre inspirado, y se va desinflando de a poco como un globo, a veces hasta haciendo ese ruido que hacen los globos al desinflarse, y hasta el mismo movimiento sin dirección, enloquecido». Por: Derian Passaglia

Me odio a mí mismo cuando hago esto, y ahora lo voy a hacer otra vez, así que algún aspirante a psicólogo ya podría diagnosticarlo como patología: voy a hablar de mí. De los cuarenta y dos libros que leí de César Aira dejé solamente tres sin terminar. Pero lo raro no es esto, lo raro es que abandoné los dos últimos. Cuando recién empezaba a leer Aira, a mis tiernos veinte, y todavía no estaba muy conectado con su literatura abandoné Yo era una chica moderna a las puteadas. Pasó el tiempo. Aira se terminó convirtiendo en uno de mis escritores favoritos. ¿Y ahora qué pasó? ¿Se perdió la magia?

Canto castrato es una de sus primeras novelas publicadas originalmente por una editorial española en 1984. Tengo la primera edición, y anoche soñé que arrancaba los colores de la contratapa hasta que se empezaba a ver el cartón, porque se había roto y ya no había nada que hacerle. La novela trata de un cantante de ópera castrado, un castrati, que curiosamente tiene amantes. La novela parece clásica, decimonónica, de un realismo perfecto. Pero el chiste se alarga demasiado, incluso para los parámetros del propio Aira, que alguna vez confesó haberse esforzado por escribir novelas largas y comunes, de trescientas páginas como tiene Canto Castrato.

Como en todos sus libros, se nota que se divierte escribiendo, que lo hace porque le gusta, para pasar el tiempo. Pero para el lector ese mismo tiempo pasa y la diversión no llega… Es un chiste demasiado interno, demasiado privado como para generar una complicidad con el lector. Esto puede ser bueno o malo: quizá Canto castrato sea la novela más personal de Aira y yo no la entendí; quizá sea en el futuro la gran novela de Aira, la que se cite como su mejor obra. La abandone antes de llegar a las doscientas páginas.

Después me dije: “Bueno, abandoné una novela de Aira así que para sacarme este trago amargo voy a empezar otra”. Así fue como arranqué su última (hasta agosto que va a ser la penúltima), El jardinero, el escultor y el fugitivo. El título me hacía acordar a una película de Peter Greenway que nunca vi y que tenía bajada en un cd de dvd trucho. En las últimas décadas, Aira escribió estos relatos que parecen cuentos o novelas cortas por su extensión (eso que él llama “novelitas”), y que concentran sus ideas literarias sobre el género novela que ya mostró en obras anteriores, en especial las que publicó en los años noventa, de mis preferidas. Los comienzos de Aira tienen lo mejor de su literatura, arranca siempre inspirado, y se va desinflando de a poco como un globo, a veces hasta haciendo ese ruido que hacen los globos al desinflarse, y hasta el mismo movimiento sin dirección, enloquecido. Él mismo lo sabe también, otra de las grandes enseñanzas de Aira: conocer las propias limitaciones.

Leí “El jardinero”, cuarenta, treinta páginas. Leí “El escultor”, otras cincuenta. Hasta ahí todo bien. El problema fue cuando me faltaban diez páginas para terminar “El fugitivo”. El protagonista quiere cometer un asesinato para volverse un fugitivo. Está bien, lo hace. Pero el narrador nunca dice qué es lo que hace ni cómo, con lo cual uno entiende que no era más que una excusa de Aira para seguir escribiendo. Llegué hasta la parte en que el fugitivo viaja hasta un pueblo, habla con una chica rara en un museo, y ahí lo dejé.

De esto pasaron algunos días, tal vez semanas. Pero anoche me volví a acordar y me pregunté: “¿cómo puede ser que dejé dos libros seguidos de Aira?”. Entonces me di cuenta que el tema de los tres relatos del último libro es la melancolía, y que Aira tiene una capacidad increíble para disfrazar sentimientos en ficción, para transformar una experiencia humana interna en literatura, y ese es un talento que pocos tienen, y que poquísimos han tenido a lo largo de la historia.

Si Aira se siente melancólico, no escribe que se siente melancólico, sino que crea un personaje escritor que se preocupa por la depresión de su jardinero, que es también su mejor lector. Quizá lo más perdurable de la literatura de César Aira, además de algunas de sus imágenes hermosas, de su fraseo extravagante, sean sus ideas y su imaginación. Anoche me di cuenta que no iba a entender del todo a Aira hasta que no tuviera 73 años como él tiene ahora, y sufra de melancolía (más de la que sufro ahora), y haya vivido mucho.

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