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domingo, mayo 19, 2024

El espacio urbano y sus posibilidades

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Martín Duarte analiza la relación que tenemos con el espacio urbano y propone complejizarla, proponiendo una apropiación ciudadana que permita crear nuevos sentidos y ordenamientos, basándose en la teoría del pensador francés Henri Lefebvre.

El punto de partida es el artículo de Ion Martínez Lorea «Henri Lefebvre y los espacios de lo posible», prólogo del ya clásico libro de Lefebvre La producción del espacio (Capitán Swing, 2013), publicado originalmente en 1974. Me interesa plantear la posición de este pensador francés para analizar qué relación tenemos y podemos tener con el espacio público y, por ende, con el privado.

Henri Lefebvre (1902-1991) fue un filósofo francés quien, influenciado por la lectura de Karl Marx, hizo aportes fundamentales a la sociología y la geografía, al desnaturalizar la vida cotidiana y mostrar de qué manera está determinada por el capitalismo.

A partir de la lectura del texto citado, puede decirse que Lefebvre complejiza el pensamiento sobre el espacio urbano. Así, el autor busca superar una mirada ideológica del espacio que escamotea el proceso productivo y activo cuyo resultado es la experiencia del espacio urbano. Esto quiere decir superar una mirada sobre el espacio que lo reduce a un espacio neutral, inocente, siempre ya dado, inmutable. Una mirada meramente técnica del espacio impide comprender el proceso de producción colectivo de la experiencia espacial. Oculta, asimismo, el orden del espacio como orden de dominación, producto de imposiciones que excluyen toda participación del usuario en la configuración de la espacialidad.

Es así como el espacio aparecerá en Lefebvre como instancia de múltiples dimensiones, donde se conjugan distintas maneras de captar la experiencia de la espacialidad, por ejemplo, el espacio concebido, espacio percibido y espacio vivido. Dichas dimensiones entran en juego para captar la potencialidad del espacio urbano como terreno de transformación, de posibilidad de apropiación colectiva.

El espacio urbano, pues, nada tiene de organización armónica, neutral e inofensiva. Antes bien, es producto de procesos contradictorios y conflictivos, en suma, es soporte y resultado de acciones colectivas que dan sentido al espacio, a la relación que entablamos con nuestra espacialidad circundante.

Por ello, la mirada del espacio concebido, espacio técnico, oculta ideológicamente el orden social sobre el que descansa todo espacio. Es ideológica en el sentido de que opera un reconocimiento al mismo tiempo que un desconocimiento. Reconocimiento de un espacio pre-existente a los actores, supuestamente sin historia, natural. Desconocimiento de la dominación, del carácter normativo y excluyente de los usos del espacio.

En este sentido, se aboga por concebir el espacio en tanto valor de uso antes que mercancía, mero valor de cambio. El espacio urbano debe ser repolitizado, reapropiado colectivamente a través de la tarea imaginaria y utópica de crear nuevos sentidos y ordenamientos de la espacialidad, capaz de acoger los diversos y contradictorios intereses de los usuarios, en una instancia pública y cívica de producción y apropiación colectiva de la cotidianidad desplegada en el espacio urbano.

En síntesis, al complejizar el pensamiento del espacio, atento a todo reduccionismo que lo encierre en un absoluto matemático- filosófico, sale a luz el vitalismo, la acción viva de la ciudad que se vuelca al espacio urbano como soporte de la energía vital y producto de la labor eminentemente colectiva que constituye habitar lo urbano.

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