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lunes, abril 29, 2024

En el principio la catástrofe

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Paranaländer, acérrimo catastrofílico, forma un batallón de desastrólogos junto a Lucrecio, los apapocúvas, los cosmo-pesimistas, Michio Kaku,y un largo etcétera, para sobrevivir a twitter y los ecologistas.

 

Por: Paranaländer.

 

Catástrofe ecológica es el leitmotiv de estos días de calor veraniego bochornoso. Recuerda un poco al arrepentimiento del borracho durante las resacas. No volveré a plantar soja, no volveré a chupar, no volveré a deforestar. Esta contrición twittera, mediática y unánime, alcanza al tonto y al sabio. Al nickname y a Viveiros de Castro.

Nos culpabilizamos, Paraguay se desertifica por vender soja, etc. Pero si hay soja paraguaya es porque hay compradores en algún lado civilizado del mundo: chinos quizá, holandeses, no sé, pero del lado rico del mundo hay compradores, la mitad de la culpa del fin del mundo actual se la debemos endilgar también.

Esto igual es secundario.

Si no vendemos soja nosotros a los ricos, lo harán otros países capitalistas eternamente empobrecidos como nosotros, hasta Cuba si dejara un día su confortable comunismo de racionamientos y colas.

Quiero ir más al fondo, a la cuestión diría metafísica, por no encontrar otro término de lo que quiero expresar: siempre existieron nociones que presuponían el cataclismo en el mundo, diríamos un cataclismo in nuce, a priori, natural, no acelerado por el hombre, esa víctima de los elementos y los meteoros.

Pienso en el mbae megua (destrucción del mundo) de los guarani apapocúva que se puede apreciar en el libro editado por Nimuendaju. Un día el tigre azul (Jaguarovy), que vive cual lugarteniente (o doble animal) de Ñanderuvusu bajo su hamaca, vendrá a devorar el yvy tenondé.

Pienso en el poema de Lucrecio: “De rerum natura” y la conflagración epicúrea del mundo.

Son catástrofes prestablecidas, que ocurrirán no por castigo de alguna culpa, son parte de un cambio o renovación natural del cosmos.

Como nada sale de nada, nada puede volver a la nada, el ser volverá a reconstruirse, a renacer, en una palingenesia sempiterna.

Esta indiferencia de los dioses por la suerte humana coincide con las ideas actuales que ciertas corrientes filosóficas llaman inhumanismo, que declara que el hombre es secundario en la tierra, que llegó mucho después de la materia y la vida. Ergo, no tiene peso en su mejora o destrucción. La humanidad sería una excepción milagrosa dentro de ella, humanidad entendida como pensamiento. Un huracán no le pide permiso a ningún hombre para desatarse.

Es posible que los apapocúva hayan sufrido alguna influencia cristiana, apocalíptica.

Pero para los griegos como Epicuro los dioses viven en otros ámbitos, felices y despreocupados de los hombres, así que no se puede hablar de una destrucción como castigo.

Incluso puedo traer a la palestra las ideas de autores como Ligotti y su visión del pesimismo cósmico. El hombre fue lanzado a un mundo de horror perpetuo: donde las plagas, el morbo y la muerte no terminan nunca de acorralar la existencia siempre en vilo del hombre. Que haya gente, ayer ciega, que recién hoy, por la inminencia de una catástrofe ecológica, lo vea, es otro cantar.

Digo más: ¿acaso el big bang no fue un acto catastrófico que posibilitó el mundo tal como lo conocemos nosotros?

Michio Kaku habla de que el big bang (cataclismo cósmico ab origine), ocurrido hace quince o veinte mil millones de años, no fue más que la reducción de un universo decadimensional a la de cuatro dimensiones (tetradimensional) que habitamos hoy.

Esta visión catastrofílica del universo se puede corroborar en más de una mitología popular: los rusos piensan que el mundo se sostiene sobre tres ballenas, es decir, es esencialmente inestable, tal que la cosmología heideggeriana (el ser es un islote rodeado por un inmenso mare tenebrarum).

En síntesis, toda este jahe’o actual alrededor del cambio climático lo que viene a expresar es que el hombre es un extranjero en el universo. Un alien de pura cepa. Siendo lo cambios violentos de la naturaleza la constante, sus pleistoceno y holoceno como obras de arte a escala titánicas, la suerte del hombre para sobrevivir en tal escenografía nunca será segura.

 

 

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